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¿Por qué en Cuba no hay nuevas protestas?

 



No es mi estilo escribir en primera persona, pero romperé mi norma en este artículo. Ahora que está terminando el año y al público le gustan los resúmenes, quiero volver a hablar de por qué no cae el gobierno cubano o al menos por qué no explotan nuevas protestas. Esa es una pregunta que agobia a muchos, tanto en Cuba como en el extranjero; tanto en la izquierda que apoya a la clase trabajadora cubana oponiéndose a la burocracia restauracionista, como en quienes pretenden restaurar en Cuba un gobierno títere de Estados Unidos. 

 Cuando un Estado se difumina tanto con el gobierno y cobra una fuerza tan grande, se vuelve una máquina represiva, aún más de lo normal. Las mayorías temen en Cuba no a ser torturados, desaparecidos, asesinados por la policía o fusilados: esas son variables que prácticamente no existen en Cuba. Pero todos saben que oponerse abiertamente implica la segregación social. La mayoría de quienes te rodean  -la persona común- te deja de hablar, cambian de tema cuando llegas, antiguos amigos no responden las llamadas y obviamente, se vuelve imposible conseguir un trabajo digno. 

De eso temen las mayorías. Cuando hay algún tipo de democracia las mayorías ni siquiera piensan en que se pueden buscar un problema tan grave por criterios políticos. La sociedad salta ante las excepciones, incluso a veces caen gobiernos por reprimir; pero en Cuba, cada vez que pasa algo, el Estado en todos sus niveles se encarga de hacer ver a la sociedad cuánto se puede destruir y aislar a una persona por oponérsele y además, premia a los represores.Eso genera una fuerte dependencia del Estado y una consiguiente degradación moral que se agrava si la situación económica se deteriora. 

La aceptación y el rechazo social no es algo exclusivo de la adolescencia. La segregación social afecta a niveles incluso de realización profesional. El individuo represaliado sabe esto. Quizá uno de los mejores ejemplos es cómo en los regímenes neoestalinistas el intelectual se autocensura. No existe ninguna norma escrita ni un censor público: el intelectual escribe sabiendo dónde está la crítica aceptada y qué puede generar el descontento inaceptable en los burócratas. En no pocas ocasiones muchos artículos críticos aparecen matizados con algunas asombrosas alabanzas a la revolución: son el típico recurso para poder sobrevivir. 

Por demás, en el caso cubano, el Estado sigue siendo el principal empleador, generando que el opositor tenga muy pocas opciones laborales. Esto lo tiene presente tanto el gobierno como la sociedad cubana. Véase que las dos principales protestas han tenido como base social sectores que dependen muy poco del Estado: los hechos del 27 de noviembre de 2020, protagonizados por intelectuales -cineastas- autofinanciados y las masivas protestas del 11 de julio de 2021 donde el sector de los trabajadores precarizados fueron los principales protagonistas. Este es un sector cuya subsistencia económica se da más dentro de los márgenes de la ilegalidad y el trabajo autónomo que en relación de dependencia con el Estado. De trabajar para el Estado tienden a ocupar empleos muy mal remunerados y de poco reconocimiento social. Al tanto de ello, el gobierno cubano desplegó una fuerte campaña de desprestigio contra los manifestantes del 11J: los señala de lúmpenes, antisociales, y en consecuencia la mayoría de las condenas han sido tipificadas como delitos comunes y no políticos. Esto se ha aplicado para el resto de las protestas que han tenido lugar después del 11 de julio de 2021.

Las burocracia cubana tampoco pierde de vista que dentro de la burguesía emergente puede nacer un sector opositor. Para ello, eventualmente castiga a reconocidos propietarios de negocios prósperos. La crisis económica cubana es de tal magnitud que todos los grandes negocios privados tienen vínculos con el mercado negro. Esto es sabido por las autoridades cubanas. Al reprimir también a los representantes de la burguesía emergente, la burocracia cubana ha ido construyendo una burguesía clientelista, la cual incluso coloca en sus locales imágenes de Fidel Castro y hasta en algunas se constituyen núcleos del PCC. Obviamente, un considerable porcentaje de la nueva burguesía cubana es una extensión de la burocracia dirigente, ya sea a través de familiares o cualquier tipo de testaferros económicos. 

Sin embargo, las protestas pueden estallar. No se debe olvidar que en los países de la Europa del Este el Estado tenía una fuerza similar. La gran diferencia que provocó la caída de los Ceaucescu, Jaruscelsky y compañía fue la falta total de legitimidad política. El gobierno cubano ha sabido aprovechar el capital político heredado de la revolución. Sucede que este capital político no existía en la Europa del Este: el “socialismo” había sido fruto de una intervención militar extranjera la cual se había prolongado a través de diferentes mecanismos. De esa manera, el nacionalismo, que fue el principal sostén político de Fidel Castro, terminó siendo el punto más débil en los regímenes burocráticos de la Europa del Este. 

Pero el tiempo pasa. Las nuevas generaciones cubanas no se sienten representadas con los actuales dirigentes a quienes la vieja guardia evidenció que están en el gobierno no por la elección de las mayorías, sino por la decisión de una camarilla. Los Díaz-Canel, Marrero y Morales Ojeda carecen de toda épica. Si en los próximos años la burocracia dirigente cubana no sale de la gran crisis económica que sufre, esta se mezclará peligrosamente con la crisis de legitimidad política. En las democracias burguesas los partidos políticos que acceden al poder son castigados periódicamente y el Estado capitalista se mantiene. Los ministros pasan a ser diputados opositores y en algún momento regresan al gobierno. Esto sucede incluso con ministros que han formado parte de gobiernos que han caído por protestas populares. Sin embargo, en el caso cubano, la caída del gobierno sería el fin de la burocracia dirigente actual, su sistema político-económico y en consecuencia el Estado. Ellos lo saben. A ello temen. Por esto no se pueden dar el lujo de hacer aperturas políticas. 

Todo este escenario provoca que si el gobierno cubano cae por protestas populares, estas manifestaciones sean espontáneas, al menos inicialmente. No hay ninguna organización política cubana que tenga la capacidad movilizativa como para organizar protestas de tamaña magnitud, pero manifestaciones como las del 11 de julio, en una mayor crisis económica y política, puede provocar que ese miedo se quiebre y en los actos, diminutas agrupaciones hasta el momento imperceptibles conduzcan la gran rebelión. Pero existe también el gran riesgo de que alguna de esas organizaciones estén amparadas por Estados Unidos. No es solo propaganda política de la burocracia cubana que Estados Unidos desea fuertemente convertir a Cuba en su neocolonia que fue. 

Es la hora de propagandizar por vías relativamente seguras, estudiar y organizar desde el silencio. La confrontación directa y abierta con el Estado de manera individual o mediante diminutos colectivos solo contribuye a reforzar la represión. La revolución es posible, pero hay que estar organizados. 


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