El final del trotskismo organizado en Cuba

La entrevista hecha ayer 9 de octubre por el periodista argentino de La Izquierda Diario, Diego Dalai al historiador cubano, Frank García Hernández, generó preguntas entre el público lector, básicamente interesadas en el desmantelamiento del último partido trotskista cubano: el Partido Obrero Revolucionario (trotskista). En consencuencia, para tener otro punto de vista y partiendo de que el siguiente trabajo es fundamental en la historiografía del trotskismo cubano, republicamos ahora la segunda parte del artículo El final del trotskismo organizado en Cuba, autoría del destacado historiador cubano, Rafael Acosta. La siguiente versión fue tomada de Revista Común, pudiéndose leer la primera parte también en dicha publicación. Al respecto, recomendamos además la lectura de la entrevista que Juan León Ferrera diera a Comunistas Cuba en agosto de 2022. Adjuntamos al final del texto el episodio del podcast Estación Habana Buenos Aires dedicada al Che Guevara, donde los historiadores Frank García y Luis Brunetto dialogaron sobre el guerrillero argentino y el trotskismo cubano -de cuya grabación, casualmente, participó como público Diego Dalai-. Por último, queremos recordar que en el 3er Evento León Trotsky habrá una mesa dedicada al Che Guevara, la cual tendrá lugar el miércoles 23 de octubre a las 2pm.

El final del trotskismo organizado en Cuba.

Por Rafael Acosta


La relación de Ernesto Che Guevara con el trotskismo cubano merece un análisis aparte. Tal es su importancia en el contexto del tema. No se trata sólo de que fuese acusado de trotskista en varios momentos de su estancia en la isla, o de que se le haya comparado con la figura de León Trotski en contraposición a la de Fidel Castro (que en este caso sería el equivalente de Stalin), una equiparación de parejas de líderes en conflicto totalmente disparatada y falta de objetividad histórica en todos los sentidos. Me refiero a una cuestión de hechos totalmente comprobables.

Y es que del inicial repudio al partido de los trotskistas (a su política y a sus militantes), coincidiendo con el momento de su franca admiración inicial por la Unión Soviética, a la izquierda de todos en la dirección revolucionaria, Guevara se movió gradualmente hacia el interés y la tolerancia con los trotskistas cubanos, sobre todo cuando sus reservas críticas hacia el socialismo este-europeo se dispararon. De manera que dicha relación con el trotskismo insular debe verse asociada a la evolución de su pensamiento crítico con respecto a la Unión Soviética, la burocratización excesiva y corrupción del liderazgo internacional del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), así como a su sentido crítico hacia la política exterior y las relaciones comerciales bilaterales del campo socialista con los países subdesarrollados. También, y esto no es poco importante, estuvo asociada a la mejor disposición para la lucha guerrillera de muchos trotskistas latinoamericanos, lo que debió influir en una mejor ponderación del Che sobre ellos. Un dato poco conocido es la relación de Guevara con varios trotskistas argentinos que acudieron a Cuba a inicios de la revolución, como Milcíades Peña, Ángel Bengochea (recibió entrenamiento militar en la isla) y Silvio Frondizi (con el que Guevara se entrevistó varias veces).

En 1961, cuando a los trotskistas les retiraron de una imprenta las planchas del libro La revolución permanente, de León Trotski, el Che fue entrevistado por un periodista uruguayo acerca del suceso (Aguirre, 2002), y su respuesta fue desaprobatoria para ellos y más aún, los calificó de contrarrevolucionarios. De 1961 a 1965 esta predisposición inicial fue modificándose con el tiempo.

Una cuestión clave al abordar la suerte final del POR-T, a mediados de la década de los sesenta, fue el papel jugado por Guevara en su desenlace. Aquí surge la vieja polémica sobre si el comandante argentino fue un trotskista convencido (aunque no reconocido o visible), es decir, con grandes simpatías hacia esta vertiente del pensamiento de la izquierda mundial o, simplemente que leyó al viejo comunista ruso[1] por resultarle interesantes sus teorías revolucionarias disidentes. Carlos Franqui incidió en este asunto con sus libros y opiniones, en particular con sus memorias, cuando habló de que muchas de sus tesis “coincidían con las de Trotski: la militarización de los sindicatos, los estímulos morales, el hombre nuevo, el retorno a los orígenes del marxismo-leninismo, la necesidad de la revolución mundial… Un numeroso grupo de trotskistas de varios países trabajaban en el Ministerio de Industria. Sus relaciones y documentos con el jefe del trotskismo internacional, Ernest Mandel, en su polémica con Carlos Rafael Rodríguez y el ministro [Alberto] Mora, cuando Mandel defendió sus tesis, publicadas por Guevara en la revista del Ministerio de Industria, eran grandes” (Franqui, 2006, p. 310).

A pesar de su ulterior confrontación a la revolución, Franqui siempre mantuvo expresiones de respeto por el revolucionario argentino, reconociéndole una honestidad intelectual indiscutible. A pesar de esa y otras referencias que apuntan en la misma dirección, mientras no aparezca un documento que lo confirme, el Che Guevara no debe ser considerado un trotskista. No existen razones de peso para tal conclusión; incluso, en una de sus últimas cartas (conocidas) a Armando Hart, califica a Trotski como revisionista. Sin embargo, al final de su breve vida revolucionaria, se encuentran con claridad señales de aproximación a Trotski, aunque sean sólo a nivel de la atención interesada a la alta capacidad intelectual del revolucionario ruso, y lo atractivas y valiosas que pudieron resultarle algunas de sus teorías en el plano táctico de la política revolucionaria en el continente. Otros simplifican el asunto y dicen que, más que trotskista, el Che fue maoísta.

Para avanzar en esta dirección, es decir, para buscar claridades sobre esta cardinal cuestión dentro del tema que nos ocupa, están sus palabras en una reunión del consejo de dirección del Ministerio de Industrias, de diciembre de 1964, justo antes de su partida por el continente africano, que incluyó su célebre intervención crítica contra la URSS y el campo socialista en Argel en febrero de 1965. Es válido y útil citar al Che Guevara in extenso en dicha reunión:

"El trotskismo surge por dos lados, uno —que es el que menos gracia me hace—, por el lado de los trotskistas, que dicen que hay una serie de cosas que ya Trotski dijo. Lo único que creo es una cosa, que nosotros tenemos que tener la suficiente capacidad como para destruir todas las opiniones contrarias sobre el argumento o si no dejar que las opiniones se expresen. Opinión que haya que destruirla a palos es opinión que nos lleva ventaja a nosotros. Eso es un problema que siempre debemos hacer. No es posible destruir las opiniones a palos y precisamente es lo que mata todo el desarrollo, el desarrollo libre de la inteligencia. Ahora, sí está claro que del pensamiento de Trotski se pueden sacar una serie de cosas. Yo creo que las cosas fundamentales en que Trotski se basaba estaban erróneas, que su actuación posterior fue una actuación errónea e incluso oscura en su última década. Y que los trotskistas no han aportado nada al movimiento revolucionario en ningún lado y donde hicieron más, que fue en Perú, en definitiva fracasaron porque los métodos son malos (…). Los trotskistas lo plantean desde ese punto de vista y entonces toda una serie de gente que murmuran del trotskismo (…). Y en toda una serie de aspectos yo he expresado opiniones que pueden estar más cerca del lado chino (…) y como a mí me identifican con el sistema Presupuestario también lo del trotskismo surge mezclado. Dicen que los chinos son también fraccionalistas y trotskistas y a mí también me meten el san Benito".

(Guevara, 2009, pp. 479-480).

Las palabras de Guevara impiden considerar una asociación militante suya con el trotskismo, sin embargo, hay en ellas un reconocimiento tácito de aspectos del pensamiento de Trotski y de su teoría que son apreciadas por el Che como útiles. Salta a la vista, así mismo, la diferencia que establece entre Trotski y sus seguidores. No es descartable, a la hora de analizar ese fragmento de su intervención, tomar en cuenta que el Che se expresaba ante los trabajadores del Ministerio de Industrias (MININD) y eso supone una obvia contención y mesura en los significados de sus palabras, dado que siempre fue muy consciente y cuidadoso de su representatividad como hombre de Estado. Esta reunión en el MININD se realizó en las vísperas de su partida al itinerario africano y se puede suponer que, también, fue coincidente con el momento en que la dirección del gobierno valoró la supresión del POR-T. Hasta dónde estuvo implicado Guevara con esa decisión es algo que queda para la posteridad.

Se trata, pues, de una relación compleja entre el Che Guevara y el trotskismo. Por otra parte, Régis Debray consigna en sus memorias que, en Bolivia, Guevara guardaba algunos tomos de Trotski entre sus escasas pertenencias (tenía en su pequeña biblioteca de campaña su autobiografía), algo que nos sigue hablando de un interés sostenido por el autor ruso.[2] Es decir, no se trata de especular sobre la real y potencial inclinación de Guevara por Trotski y su pensamiento, eso fue un hecho incontrovertible, se trata de despejar la inclinación y el interés intelectual hacia su figura con la sentencia definitiva de considerarlo un trotskista, ciertamente una cuestión muy diferente.

En el orden práctico, el Che fluctuó, pues, en su posición ante los trotskistas cubanos, desde el inicial encono de 1961 a una posición de tolerancia, colaboración y comprensión entre 1964 y 1965. Al menos en el plano profesional, su relación personal con Roberto Acosta Hechevarría es un sendero hacia esa certidumbre. Ellos no fueron amigos, como insinúan algunos autores, pero sí hubo entre ambos una relación de respeto mutuo, y administrativamente trabajaron con armonía en el MININD. Fue su intervención ante el aplastamiento del minúsculo partido en 1965, casi una de las últimas actividades que realizó antes de desaparecer de la vida pública y partir hacia el Congo, lo que permite hacer estas apreciaciones.

El final del POR-T, en el primer trimestre de 1965, ocurrió muy rápidamente. Describo a continuación, como hechos esenciales, lo siguiente: según Domingo del Pino, español que trabajó en el MININD y vivió varios años en Cuba en los sesenta, la situación de tolerancia por parte del Che que disfrutaron los trotskistas pronto se vio interrumpida en marzo de 1965. Del Pino nos describe en el capítulo siete (“Anarquistas y trotskistas”) de su libro inédito, lo que parece ser el elemento, visible, que sirvió de detonante para la liquidación del POR-T: “Acosta y Ferrera lograron que el Che aceptara la idea de crear un aula de superación en su dirección durante el horario de trabajo. El primer curso que se propuso fue de Economía Política” (Del Pino, 2015).[3] De inmediato, nos sigue diciendo el testimoniante, surgió la controversia entre estalinistas y trotskistas acerca del libro de referencia para utilizar en el curso. Los estalinistas sugerían el Manual de la Academia de Ciencias de la URSS, de Nikitin, y los trotskistas querían un texto que hablara de una economía gestionada directamente por los trabajadores, mas no existía tal libro. Acosta, al tanto de esas dificultades, conversó con [Luis] Álvarez Rom, ministro de Finanzas y su amigo, quien le propuso el libro de Oskar Lange. Con ese preámbulo comenzaron las clases de dicho curso en el séptimo piso del MININD. Continúo ahora con la narración de Del Pino:

"Los discursos del Che eran recogidos con frecuencia por el boletín de los trotskistas que se distribuía en el séptimo piso y estos presentaban con habilidad sus propuestas como coincidentes con las de Guevara (…). El ingeniero Acosta había conseguido autorización del Che, o eso pretendía, para distribuir el boletín (lo hacía Juan León Ferrera, uno de los hijos de Ferrera Acosta) por los ministerios de Industria y Finanzas. El primer ejemplar, por deferencia, era siempre depositado sobre la mesa de Guevara y no era distribuido hasta pasadas unas horas, cuando se suponía que el Che lo había leído (…). Che Guevara había tenido varios encontronazos con José Miguel Espino [era el estalinista más notorio del piso séptimo, donde radicaba Normas y Metrología] en las asambleas que se realizaban en el salón de actos del ministerio. El año de 1965, clave para la vida del Che, también estaba destinado a serlo en la tolerancia a los trotskistas. Un hecho circunstancial iba a permitir a Espino pasar a la ofensiva".

(Del Pino, 2015).

Se refiere ahora el autor al discurso de Guevara en el Seminario Afro-Asiático de Argel, donde realizó la severa crítica al intercambio desigual entre los países industrializados y los subdesarrollados, calificando a la URSS y al campo socialista como cómplices de la explotación del Tercer Mundo. Según Del Pino, cuando salió publicado al día siguiente en el Granma el reporte sobre el discurso y las principales ideas expuestas por el Che, “los trotskistas del ministerio las leyeron con verdadero entusiasmo. León Ferrera llegó a la clase matinal agitando en el aire, con expresión de triunfo, su ejemplar del periódico, que traía partes del discurso del Che subrayadas en rojo. Propuso que la clase de esa mañana fuese dedicada a analizar la intervención del Che y añadió: esto es lo que nosotros hemos dicho siempre. Este discurso es dinamita pura, economía viva y práctica” (Del Pino, 2015). Acto seguido, nos sigue relatando el testimonio, Espino insultó a León y al instante se enredaron a golpes. Cuando finalmente pudieron ser separados, Espino abandonó el local tirando un portazo y exclamando amenazadoramente, esto no se quedará así, el partido tiene que saber qué ocurre aquí. En una reunión realizada poco después, con el secretario del partido en el ministerio, Espino expresó: “el problema es que en este ministerio ha crecido un absceso contrarrevolucionario trotskista y el partido tiene que tomar cartas en el asunto” (Del Pino, 2015).

Ésta es la parte anecdótica de la historia, pero es importante, pues salvo Del Pino y Acosta, nadie más, hasta donde se conoce, guardó recuerdos para el futuro de aquellos hechos. Los trotskistas fueron detenidos, registradas sus casas, confiscados sus documentos y otras pertenencias, y conducidos por casi dos meses a los locales de la Seguridad del Estado. En opinión de Del Pino: “Los trotskistas cubanos, a quien Fidel Castro nunca había tomado en consideración como fuerza, eran un boccato minore que no obstante sufrirían las consecuencias de aquella irritación de la URSS con el Che” (Del Pino, 2015).

De la entrevista que Tano Nariño le hiciera a Acosta Hechavarría en 1990 y que se dio a conocer en el libro y artículos en Internet de Gary Teenant, después replicada en la red por varios autores, es sustancial este extenso fragmento:

En 1965 publicamos en mimeógrafo el libro de León Trotski, La revolución traicionada, con una introducción cubana. La Seguridad me detuvo al igual que a varios miembros de nuestro partido, pues en mi casa se editó e imprimió el libro. En esa época yo trabajaba en el Ministerio de Industrias con el Che. Estuve detenido en Villa Maristas y mi caso en ese lugar fue llevado por un instructor, que era un viejo comunista, y que trató persistentemente de convencerme de las bondades de Stalin (incluso me llevó a ver películas en mi detención sobre el asunto, soviéticas desde luego).

Eran los días del viaje del Che por África y a su regreso sostuve un encuentro con él en presencia del teniente Rodríguez y otro oficial de la seguridad. Fue en la oficina del Che. El Che me saludó afectuosamente y me dijo que me consideraba un revolucionario, y que esperaba que, de ser necesario, pelearía a su lado. También elogió mi actitud en el trabajo administrativo en el Ministerio de Industrias y me expresó su criterio de que en un momento futuro las publicaciones trotskistas serían oficiales en Cuba.

Con anterioridad, unos meses antes, en 1964, el Che me había llamado a su despacho y me preguntó si yo era trotskista. Obviamente le respondí la verdad. Conversamos por espacio de algunas horas sobre las opiniones diferentes que teníamos acerca de la Ley del Valor, asunto que en aquel momento preocupaba mucho al Che. También conversamos sobre otras cuestiones relativas al marxismo-leninismo. En esa conversación, el Che me preguntó si mis actitudes políticas no afectaban el trabajo administrativo como director en el ministerio y yo le respondí que no, pues lo hacía en mis ratos libres.

En la última conversación, estando ya preso, el Che me comentó que en los papeles que me habían ocupado en el registro de mi casa, se encontró una carta del POR-T a la Cuarta Internacional, y que él pudo comprobar que yo había reproducido fielmente nuestra conversación acerca de la Ley del Valor y otras cuestiones sobre el marxismo. Después él me preguntó qué pensaba hacer y le contesté que si no se permitía habría que suspender las actividades trotskistas. El Che, para mi sorpresa, me respondió que si creíamos tener razón deberíamos luchar por mantener nuestra actividad y no desistir. Finalmente, el Che me dijo que sería puesto en libertad a corto plazo. Poco después el Che salió de Cuba. Al terminar la reunión me despidió con un abrazo y con esta frase: “Nos veremos en las próximas trincheras”.

Pasaron unos días y el instructor de mi caso (que por cierto, quedó pasmado con la actitud del Che para conmigo en la reunión citada) me planteó que me iban a liberar junto a los demás trotskistas, siempre y cuando todos nos comprometiéramos con el Ministerio del Interior a no proseguir con las labores del partido y por supuesto a no seguir publicando nuestro periódico o cualquier otro tipo de publicación. Le contesté que tenía que consultar con los demás compañeros y haciendo énfasis en que la libertad tenía que ser para todos los detenidos.

Acompañados por ese oficial viajamos a Guantánamo y allí se nos planteó a todos los trotskistas que seríamos puestos en libertad si aceptábamos lo discutido en Villa Maristas. Aceptamos, era la única forma que veíamos como posible para recuperar nuestra libertad, pero, naturalmente, sin dejar de pensar como trotskistas. Nosotros estábamos convencidos de que, con el control del aparato de seguridad ocupado por los estalinistas y sin saber del Che para volverlo a ver (para nosotros siempre estuvo claro que nuestra libertad fue gracias a su gestión), nuestra situación personal era muy comprometida.

Del Che no supimos más hasta su carta a La Tricontinental y su lamentable muerte en Bolivia. Fuimos puestos en libertad y nos devolvieron nuestras pertenencias, salvo, en mi caso, de algunos libros y folletos trotskistas y, por supuesto, el libro editado por nosotros, La revolución traicionada, de Trotski, que quedó confiscado. En cambio, me devolvieron mi uniforme y mi pistola de miliciano, pero me retuvieron un grupo de fotografías de mi estancia con Fidel en la Ciénaga de Zapata, en 1959, cuando lo acompañé por varios días como asesor.[4] Fuimos liberados cuatro compañeros sin hacernos juicio (no habíamos infringido ninguna ley). Ése fue el final del partido trotskista en Cuba. Fui cesado como director de Normas y Metrología en el ministerio y me pasaron a trabajar en una empresa de electricidad como ingeniero, con rebaja de salario. Así se vio claro que no se había cumplido lo planteado por el Che.[5] 

He preferido utilizar la cita extensa pues se trata de un testimonio de primera mano. En esa entrevista, según Acosta, el Che utilizó la misma expresión de su intervención de diciembre de 1964 ante los trabajadores del MININD, antes citada, es decir, “las ideas no se matan a palos”, de la que es posible inferir una cierta inconformidad o crítica suya ante el procedimiento seguido con el POR-T en ese año de 1965. Ya Guevara en ese instante tenía decidido su próxima etapa vital y ésta sería, siempre, fuera de Cuba. De manera que esta expresión puede estar influenciada por su determinación de salir del país. Pocos días después del encuentro en su despacho, el comandante argentino se esfumó de la escena pública nacional y partió hacia el Congo, a la primera de sus dos acciones guerrilleras internacionalistas.

Coda

La liquidación del POR-T se debe entender como una acción encaminada a despejar el camino hacia la existencia del partido único, hecho que ocurriría definitivamente con el nuevo Partido Comunista de Cuba, en octubre de 1965. Otros analistas consideran que fue una movida de apaciguamiento de la dirección cubana con relación al PCUS después del discurso en Argelia del Che, algo así como un sacrificio para calmar el enojo soviético, tesis discutible, aunque no exenta de alguna credibilidad dados los compromisos establecidos entre ambos países.

Es difícil no coincidir con Del Pino en cuanto a que el POR-T fue una cuestión menor dentro de la realidad política interna de la revolución. Como quiera que se analice, fue una acción en la dirección ya comentada de evitar críticas a la revolución, aun cuando éstas proviniesen de sectores revolucionarios. El camino hacia la unidad, según lo había concebido la dirección de la revolución, no admitía disidencias de ningún tipo, aun cuando los militantes del POR-T, en el orden individual, habían demostrado sobrada y sostenidamente su fidelidad al proceso político. Para decirlo con otras palabras, los trotskistas cubanos se movieron independientemente de la política unitaria trazada por la dirección de la revolución. La cuestión lamentable residió en la forma en que se respondió a la disidencia del POR-T, la manera drástica y represiva de su eliminación, pues el POR-T recibió el tratamiento de una agrupación contrarrevolucionaria y ello fue lo más doloroso para sus militantes.

De manera que la liquidación del pequeño partido puede ser asumida como un evento menor en el acercamiento gradual entre la dirección cubana y la soviética (aunque entre 1967 y 1968 hubo momentos de mucha tensión), la que tuvo su expresión mayor en el discurso de agosto de 1968 en que Fidel Castro apoyó (con ciertas reservas críticas, pero apoyo al fin) la invasión soviética a Checoslovaquia.

Cuando un año más tarde, en enero de 1966, Fidel Castro arremetió airado contra el trotskismo continental en las conclusiones de la Conferencia Tricontinental y, poco después, Blas Roca, en la revista Cuba Socialista, ofició la oración fúnebre (Roca, 1966),[6] decretando la muerte del trotskismo insular, quedó claro que, en el orden previsto de las acciones contra el trotskismo dispuesto por la dirección cubana, la eliminación del POR-T tuvo fecha fija. Eliminar al pequeño partido primero y a continuación romper lanzas contra el trotskismo internacional, eran, al parecer, los pasos previstos. Es poco probable que el Che Guevara pudiese hacer más de lo que hizo por los trotskistas cubanos y no es de dudar que, gracias a su intervención personal, las sanciones a estos no resultaran más drásticas.

Se trató, en resumen, de la historia del silenciamiento de una voz crítica dentro del campo revolucionario, pues, si algo es absolutamente indiscutible en todo este panorama, es que los trotskistas cubanos demostraron históricamente, antes y después de 1959, desde sus tempranas batallas contra la tiranía machadista, y más tarde contra la de Fulgencio Batista, y pese a enarbolar  dogmatismos y sectarismos no inferiores a los del viejo PSP, además de numerosos errores de métodos y de apreciación en su accionar, que fueron militantes revolucionarios en toda la extensión del concepto. 

La soledad de los trotskistas cubanos en 1965 fue absoluta, ninguna de las organizaciones internacionales del trotskismo, ni Posadas, ni Pablo, ni Moreno, ni Ernest Mandel (visitó Cuba dos años después de los sucesos aquí narrados), ni nadie[7] clamó por ellos.

Notas

[1] Según Orlando Borrego, el Che Guevara leyó a Trotski completamente. En la entrevista que le realizó Néstor Kohan queda claro el amplio horizonte intelectual y los vastos referentes teóricos del Che que, en el momento de su salida de Cuba hacia el Congo, estaban amplificándose gradualmente.

[2] Sin embargo, a mi pregunta sobre si alguna vez habló o discutió sobre Trotski con el Che en Bolivia, el intelectual francés me respondió negativamente (conocí a Debray en enero de 2015 en París, conversamos dos o tres horas durante una noche, y conservo además su mensaje electrónico respondiendo específicamente la pregunta).

[3] Poseo el capítulo de mi interés, el siete, “Anarquistas y trotskistas”, del libro inédito Último verano en La Habana, gracias a la generosidad del autor, con quien sostengo correspondencia electrónica frecuente. Del Pino ha publicado en Internet algunos de sus recuerdos del episodio del trotskismo cubano y cómo él lo apreció durante su trabajo en el MININD. Otros testimonios interesantes de aquellos tiempos en el MININD son los de Orlando Borrego, Tirso Sáenz y Ángel Arcos Bergnes. Del Pino posteriormente estudió periodismo en la isla y trabajó como periodista en Prensa Latina. Es sumamente importante decir en este punto, que cuando le leí a Juan León Ferrera el pasaje citado de Del Pino, me expresó que era totalmente fiel a los hechos.

[4] Nota del autor: Esas fotos las recuperó el autor años después, ya que uno de las personas que estuvieron en el recorrido por la Ciénaga de Zapata conservó un juego de las mismas y se pudieron copiar.

[5] La entrevista, titulada “Sobre el trotskismo en Cuba. Una entrevista a Roberto Acosta Hechavarría”, se la entregó su autor, Tano Nariño, a Gary Teenant en 1997, en presencia del autor, cuando Teenant visitó Cuba en busca de información para su tesis doctoral. Fue publicada en su libro citado al inicio del texto [Parte 1]. Con relación a la detención de Acosta es útil dar a conocer que se le permitieron algunas visitas, en ese largo periodo de más de dos meses por parte de su esposa y uno de sus hijos al local de la Seguridad del Estado (antes escuela de los Hermanos Maristas). En las mismas, Acosta reiteró siempre su fe en la revolución y en que el affaire de los trotskistas fuese resuelto con justeza. Hubo que esperar al regreso del Che Guevara de su viaje africano para que se moviera una solución. En cuanto a lo que dice Acosta de que “no habían infringido” los trotskistas ninguna ley, un examen a fondo de la Ley Fundamental, dictada el 7 de febrero de 1959, y con diversas modificaciones y añadidos hasta 1965, no permite encontrar ninguna normativa que prohibiera en ese entonces la creación de partidos políticos.

[6] Este texto debe leerse, al igual que el discurso de Fidel Castro, acompañado de la lectura de “Respuesta a Fidel Castro”, de Adolfo Gilly, en el semanario Marcha, de Uruguay, núm. 1293, 18 de febrero de 1966, pp. 20, 21 y 24.

[7] Incluso Joseph Hansen, del Socialist Workers Party (SWP), tratando de explicar lo inexplicable en cuanto a la represión del partido cubano, desautorizó al POR-T, calificándolo de “demasiado crítico”.

Referencias

Aguirre Bailey, M. (2002). Che, Ernesto Guevara en Uruguay. Montevideo: Cauce Editorial.

Del Pino Gutiérrez, D. (2015). Último verano en La Habana. Madrid. Libro inédito.

Franqui, C. (2006), Cuba, la Revolución: ¿Mito o Realidad? Memorias de un fantasma socialista. Barcelona: Ediciones Península.

Guevara, E. (2009). “Fusil contra fusil. Reunión bimestral (5 de diciembre de 1964)”. En 1959: una rebelión contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios. La Habana: Ruth Casa Editorial / Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

Roca, B. (1966, abril). “Las calumnias trotskistas no pueden manchar a la Revolución Cubana”. Cuba Socialista, La Habana, año VI, núm. 56, pp. 81-92.