Por Mario Valdés Navia
Quienes
atacan a la izquierda crítica cubana le señalan a veces que no tiene nada de socialista.
Los perseguidores de la izquierda crítica son personas que apoyan a la
burocracia cubana o, curiosamente, atacan y persiguen a quienes critican al PCC,
pero hacen mutis respecto al gobierno de Díaz-Canel -o se deshacen en elogios-.
A esas personas corresponde preguntarles si es socialista el paquete de medidas
económicas llamado Tarea Ordenamiento, instrumentado por el gobierno cubano a
partir de enero de 2021; política económica que continúa aplicando.
Este
artículo de La Joven Cuba que republicamos hoy es un ejemplo de la coherencia
política de la izquierda crítica en lo que corresponde a la defensa de la clase
trabajadora. Defender hoy en Cuba los intereses de la clase trabajadora pasa inevitablemente
por criticar a la burocracia cubana. Es por ello que a esta izquierda solo le
queda la opción de ser crítica.
Sin embargo, plural como es la izquierda crítica cubana, hace que los criterios sean diferentes y por tanto, generen polémicas, muchas veces enriquecedoras: la pluralidad dentro de la izquierda es revolucionaria. En este caso, debemos señalar que no concordamos con la primera oración del presente artículo: "El estalinismo, y los vaivenes políticos de los comunistas en todo el mundo, hicieron que los obreros no estuvieran pensando mucho en hacer revoluciones".
En muchas ocasiones hemos publicado colaboraciones o republicado artículos
donde no concordamos con parte del texto y sin embargo, no hacemos mención a ello.
Pero en este caso es necesario detenerse: afirmar que en la segunda mitad del
siglo XX -y lo que va del XXI- “los obreros no estuvieron pensando mucho en
hacer revoluciones” es negar buena parte de la historia contemporánea. El
Cordobazo en Argentina, los movimientos revolucionarios de liberación nacional
en África -como los casos de Guinea Bissau y Cabo Verde con Amílcar Cabral o
Burkina Faso con Tomas Sankara-; la Revolución argelina, pasando por la
Revolución Sandinista, la construcción de las comunas de poder popular del MIR
chileno durante el gobierno de Allende, las guerrillas en América Latina y los
procesos revolucionarios que resultaron de ellas -o las guerrillas mismas como
fruto de un proceso revolucionario-; el enfrentamiento de Vietnam al
imperialismo yanki, las huelgas generales en la Francia de 1968, la Revolución
china en 1949, la Revolución húngara de 1956, los diversos intentos de
construcción del socialismo críticos con la Unión Soviética y la construcción
misma de la Revolución cubana son contundentes ejemplos de que, a pesar del estalinismo,
la clase trabajadora no estuvo tranquila en la segunda mitad del siglo XX. Más que
estar pensando en hacer la revolución: la hacían.
Las graves consecuencias políticas que provocó el colapso de la Unión Soviética, no
lograron que todavía hoy la clase trabajadora haya olvidado a la revolución. El
proceso acumulativo que se da actualmente en la crisis económica y política
Argentina con continuas huelgas y protestas obreras, habla de una impaciente
inconformidad con el capitalismo. La clase trabajadora cubana se encuentra hoy desmovilizada
y crece una amplia apatía política. Sin embargo, también es cierto que muchos ya ubican a la revolución fuera de los eslóganes burocráticos del PCC, para
encontrarse ellos dentro del verdadero ideal revolucionario. Esto es un gran
avance.
Otro fundamental punto en el cual no concordamos con Mario Valdés Navia es cuando caracteriza como Capitalismo de Estado al sistema económico cubano. Pero detenernos en este aspecto traería consigo un largo debate y la republicación de este artículo no se ha hecho con ese objetivo.
Pero esta crítica al artículo "Patronos, obreros y sindicatos: ayer y hoy" de Mario Valdés Navia no suprime la perspectiva socialista del citado texto el cual merece ser leído y divulgado, tanto en Cuba como en el extranjero. Dos aspectos hacen necesaria la lectura y divulgación de este texto. Primero: es urgente que se conozca cuál es la situación actual de los sindicatos cubanos, más allá de la propaganda burocrática y por qué cayeron en tamaño inmovilismo. Segundo: para quien quiera tener al menos una mínima noción del movimiento obrero en Cuba, es muy útil el rápido esbozo que hace Mario Valdés Navia acerca de la historia del movimiento sindical cubano en el siglo XX.
Ese es el principal temor de la burocracia cubana: que se construya
en Cuba una alternativa marxista revolucionaria; y por revolucionaria,
irremediablemente opuesta al PCC.
Patronos, obreros y sindicatos: ayer y hoy
Por Mario Valdés Navia
El estalinismo, y los vaivenes políticos de los comunistas en todo el mundo, hicieron que los obreros no estuvieran pensando mucho en hacer revoluciones. Tras la cubana, ninguna otra socialista triunfó a nivel internacional, y su acelerada transformación en Estado burocrático/militarizado/totalitario la sumó al conservador campo socialista, alineado con la URSS.
Desde antes, el debate en torno al papel de la clase obrera en la transformación del capitalismo había dividido a las organizaciones obreras. Socialistas y anarquistas, bolcheviques y socialdemócratas, estalinistas y trotskistas, llevaban años disputándose la dirección del movimiento obrero cuando triunfó la Revolución Cubana.
En los inicios del proceso, este no fue definido desde una perspectiva clasista. Según Fidel, era una Revolución: «(…) de los humildes, por los humildes y para los humildes», sin distinguir entre clases sociales. Su ideología era la del nacionalismo radical y sus conceptos: patria/nación, pueblo, héroes y mártires, antimperialismo.
Con el proceso de institucionalización (1974-1978), el aparato categorial del marxismo-leninismo soviético se adueñó del discurso político-ideológico. Órganos del Poder Popular, centralismo democrático, diversionismo ideológico, Estado de todo el pueblo, entre otros subterfugios semánticos, vinieron a sustituir el lenguaje claro y directo de los proletarios. La combativa historia del movimiento obrero se diluía en la estructura burocrática estatizada, que incluía a los sindicatos entre sus piezas clave.
¿Cuál fue el devenir del proletariado cubano y sus organizaciones durante la República y la Revolución? ¿Cómo fue integrado el apreciable movimiento sindical en la estructura totalitaria del Gobierno/Partido/Estado? ¿Qué lugar corresponde a los sindicatos ante la sobreexplotación actual de los obreros por patronos nacionales, extranjeros, asociaciones de capitalismo de Estado y el propio Estado-propietario?
Al concluir el período colonial, la clase obrera cubana era incipiente. Sus principales núcleos no eran industriales, sino manufactureros y agrícolas. Torcedores, escogedoras y despalilladoras en el tabaco; jornaleros en fincas y colonias de caña; albañiles y peones en la construcción; estibadores y transportistas en ferrocarriles y puertos. Solo en los centrales y en algunos talleres de maquinado los obreros hacían labores industriales.
Como tendencia, sus demandas no eran políticas sino económicas. En 1902, triunfó en la industria del tabaco la llamada huelga de los aprendices, para que se admitieran aprendices nativos, sin distinción de razas, en las fábricas de tabaco colmadas de españoles. El gobierno de Estrada Palma se comprometió a incluirlo en un reglamento de aprendices que nunca elaboró.
Los gobiernos de los generales/presidentes, José Miguel Gómez (1909-1913) y Mario García Menocal (1913-1921), aprobaron leyes avanzadas a favor de la clase trabajadora. Por ejemplo: cierre obligatorio a las seis de la tarde en los establecimientos de comercio y talleres urbanos; jornal mínimo de 1.25 pesos diarios a los obreros del Estado, la provincia y el municipio; creación del primer barrio obrero: Pogolotti o Redención, en Marianao; jornada laboral de diez horas y «seguro obligatorio de los obreros contra la enfermedad, invalidez, ancianidad y accidentes de trabajo».
Eran conquistas obtenidas por presiones obreras, a pesar de intereses oligárquicos, que resultaban difíciles de generalizar ya que los dueños trataban de burlarlas de múltiples formas. En 1920 se celebró el Primer Congreso Obrero, liderado por Alfredo López y los anarquistas, donde se propuso la creación de una central sindical de todos los asalariados. Como resultado, se fundó la Federación Obrera de La Habana (1921) y los congresos nacionales obreros de Cienfuegos y Camagüey (1925), donde nacería la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC).
El crecimiento sostenido de la agroindustria azucarera fortaleció al movimiento obrero del sector. Su fruto principal fue la creación, por Jesús Menéndez, del Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera (1932), que desempeñó un destacado rol en el enfrentamiento a la tiranía machadista.
En pleno ascenso del levantamiento popular contra Machado, el Partido Comunista cometió su famoso error de agosto (1933), cuando aceptó las propuestas gubernamentales y orientó finalizar la huelga general. Como respuesta al vergonzoso acto, la Federación de Anarquistas sacó a la luz un manifiesto en el que acusaba a los comunistas de traición a los trabajadores y apoyo al tirano.
Tras la caída de Machado y el creciente descontento social, los trotskistas formaron el Partido Bolchevique Leninista, que apoyó al Gobierno de los Cien Días, el más progresista de la República. La oposición sectaria que hicieron los comunistas al referido régimen provisional, se manifestaría en la creación de soviets en algunos centrales de la provincia de Oriente. Tras el fracaso de aquel gobierno y la instauración del Mendieta-Caffery-Batista (1934), el ejército fue utilizado para reprimir los soviets obreros. Eran los primeros servicios del nuevo hombre fuerte, el sargento/coronel Fulgencio Batista, a los intereses estadounidenses.
El descalabro del movimiento obrero azucarero empezó a resolverse en 1939, con la creación de la Federación Nacional de Obreros Azucareros (FNOA), dirigida por Jesús Menéndez, que en 1945 cambiaría su nombre a Federación Nacional de Trabajadores Azucareros (FNTA). Su principal conquista fue el pago a los obreros del diferencial azucarero, parte del superávit de la industria por los altos precios del dulce. La lucha por el cumplimiento de ese acuerdo fue importante bandera de los azucareros y sus familias.
En 1939 fue fundada la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), presidida por el líder comunista Lázaro Peña. Con la aprobación de la avanzada Constitución del 40 y la llegada al poder de la Coalición Socialista Democrática (CSD), encabezada por Batista, la CTC llegaría a su apogeo.
En 1942 tenía ya más de 220 000 miembros, 790 organizaciones de todo el país y publicaba regularmente una revista. Aprovechando el compromiso del gobierno con Washington, encaminado a mantener la paz social durante la Segunda Guerra Mundial, logró importantes beneficios para los obreros: aumentos salariales por 464 millones de pesos, elevación del salario mínimo y semana laboral de 44 horas, con el pago de 48.
La alianza de Batista con los estalinistas de Unión Revolucionaria Comunista perjudicó a sus rivales trotskistas del Partido Obrero Revolucionario, que les disputaban el control del movimiento sindical. Perseguidos y encarcelados, fueron casi extinguidos, y asesinados sus dirigentes principales: el orador negro Sandalio Junco —miembro de La Joven Cuba—, masacrado el 8 de mayo de 1942 en la ciudad de Sancti Spiritus por un comando estalinista mientras hablaba en un mitin en conmemoración a la caída de Guiteras; y Rogelio Benache, muerto en 1944 por las torturas sufridas en prisión.
Otro de los dirigentes trotskistas defenestrados fue Pablo Díaz, quien sería uno de los pilotos del yate Granma. Varios sobrevivientes de esa organización obrera —Ricardo e Idalberto Ferrera, Juan Medina, Luciano García y Guarina Ramírez— participaron en la lucha insurreccional desde las filas del M-26-7.
Con el advenimiento de la Guerra Fría y la llegada al poder del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), inició la persecución de los comunistas y la escisión de la CTC, al ser impuestos dirigentes anticomunistas como Eusebio Mujal y Manuel Cofiño. En 1944 fueron asesinados tres de los más importantes líderes sindicales: Jesús Menéndez (azucarero), Aracelio Iglesias (portuario) y Sabino Pupo (campesino).
Luego del golpe de Estado de Batista y la creación del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), gran parte de los obreros se afilió a sus organizaciones obreras. Al caer la dictadura existían tres tendencias bien marcadas en el movimiento obrero: mujalistas batistianos, ortodoxos y comunistas.
-II-
En noviembre de 1959, en un contexto de unificación de las fuerzas revolucionarias, se inauguró el X Congreso de la CTC, o I de la CTC Revolucionaria. Fidel se dirigió a los delegados —cerca de 3000 del M-26-7, ortodoxos y auténticos; y 265 de los comunistas y aliados— y les recordó que habían sido: «designados por los trabajadores, que expresaban la opinión libre de éstos y tomarán libremente sus acuerdos [y que] Fue la huelga general la que le dio todo el poder a la Revolución».
Cuando se procedió a elegir la nueva dirección obrera, en medio de grandes discusiones, la correlación entre las fuerzas democráticas y el Partido Socialista Popular (comunistas), era de once a uno. A pesar de ello, entre los trece candidatos al nuevo Comité Ejecutivo fueron incluidos tres comunistas. Entonces Fidel intervino nuevamente, atacó las polémicas desatadas y planteó que cualquier división o pugna en el congreso beneficiaría a los enemigos de la Revolución.
Remarcó que la clase trabajadora quería constituirse en ejército para defender la Revolución y este no podría admitir facciones. Finalmente se impuso el criterio de una candidatura unitaria de seis miembros, tres por cada tendencia. David Salvador, miembro del Movimiento 26/7, ratificado como Secretario General, sería el que decidiría con su voto. Los comunistas conquistaron las estratégicas secretarías de organización y relaciones internacionales, lo que les permitió apoderarse de los sindicatos locales y manejar los nexos con el movimiento sindical mundial.
La purga de los dirigentes no comunistas comenzó a principios de 1960, con el pretexto del llamado proceso de erradicación del mujalismo. David Salvador, cansado de quejarse ante el gobierno, renunció. La creación de sindicatos ramales únicos, con integración «voluntaria», acabaría por consolidar la nueva CTC, que a pesar de mantener las siglas originales, sería ahora una Central y no una Confederación sindical, según decisión del XI Congreso un año después.
La otrora poderosa y combativa federación sindical quedó convertida así en una correa de trasmisión de las decisiones del Gobierno/Partido/Estado a los trabajadores. Su influencia sobre la vida política del país fue anulada, y el derecho más importante de los obreros: el de huelga, quedó prohibido como «actividad contrarrevolucionaria».
Aunque no podía expresarse libremente, la respuesta proletaria fue inmediata: ausentismo, disminución de la productividad, falta de iniciativa. En 1962 el Che reconocía: «Nos hemos quedado muy atrás en lo que toca a la implicación efectiva de la clase trabajadora en sus nuevas tareas de dirección. Evidentemente la culpa no es suya, es nuestra, del ministerio y de los dirigentes obreros […] Nos hemos transformado en perfectos burócratas en ambas funciones».
Como parte del modelo socialista estatizado, los principios de pleno empleo, garantía salarial, bajos precios y amplios fondos sociales de consumo fueron aplicados como compensación por la pérdida de la independencia sindical. La crisis del Período Especial haría tabla rasa de ellos, al tiempo que la CTC seguiría ajena a las demandas obreras y plegada absolutamente a la política gubernamental, cualquiera que fuera.
La apelación esporádica a la opinión de los trabajadores sobre políticas que los afectan directamente —Democratización laboral (1970), Parlamentos obreros (1994), debates en núcleos obreros de documentos del VII Congreso del PCC (2016)— solo tiene carácter consultivo, no vinculante. Medidas tan antipopulares como la doble moneda (1994-…), desmantelamiento de la agroindustria azucarera (2002), cierre de los comedores obreros (2009), o incremento de la edad de jubilación (2014), nunca fueron objetadas por la CTC, que las defendió abierta y dócilmente.
Peor aún es lo que ocurre con los explotados, ya no por el Estado patrón, sino por los nuevos capitalistas presentes en la economía cubana. Los trabajadores de las empresas del supramonopolio GAESA tienen que aceptar sin chistar la sobreexplotación por estar sometidos a una disciplina cuartelaria debido al origen militar del consorcio.
Los empleados de asociaciones con capital extranjero no tienen cómo defenderse de la expoliación conjunta de su doble patrón extranjero/Estado cubano, quien se apropia de la mayor parte de sus salarios a través de las empleadoras. Peor aún se encuentran los ocupados en el naciente sector privado.
El Reglamento del Código Laboral considera cuentapropistas —y pagan impuestos por ello— a todos los vinculados al TCP*, sean trabajadores autónomos (patronos) o contratados (asalariados). Hasta el momento, ni siquiera se han equiparado los derechos y obligaciones de los obreros y empleados del sector privado a los del estatal.
Los proletarios contratados por TCP, mpymes y cooperativas, son acosados para que paguen el sindicato ramal, a sabiendas de que el mismo no defenderá sus intereses, dada la impunidad con que actúan los capitalistas en contubernio con el Gobierno/Partido/Estado.
Solo una refundación del movimiento sindical autónomo, defensor de los genuinos intereses de los trabajadores, hará posible conquistar derechos enajenados durante tantos años. La recuperación de un movimiento sindical poderoso y combativo es parte integral de la reforma al obsoleto modelo de socialismo estatizado y burocrático y tarea imprescindible como valladar ante los desmanes de los patronos, tanto privados como del propio capitalismo de Estado.
*TCP: Trabajadores por Cuenta Propia