Aunque no hay cifras exactas de cuántos jóvenes cubanos han emigrado desde que se levantaron las restricciones del coronavirus, lo cierto es que a simple vista ellas y ellos son quienes mayormente deciden irse de Cuba. Están renuentes a sacrificarse por un proyecto de país que cada vez más va en contra vía del proyecto revolucionario de sus abuelos y padres.
Tano Nariño II
“Yo no sentía nada
asere, con nada me refiero a nada, no estaba
motivado a irme, no estaba motivado a quedarme, fue un sentimiento súper
raro, no estaba triste, no extrañé, fue una ausencia de sentimiento, un vacío”
Así me habló Norlan
cuando se fue de Cuba. El sentimiento de vacío es bastante estudiado por la
psicología estándar, lo padecemos cuando sufrimos una ruptura con una pareja,
con un amigo importante, cuando nos despiden de un trabajo en el que nos
sentíamos realizado o, en general, cuando perdemos algún anclaje importante de
la vida, algo que forma parte de nuestra experiencia y que nos ayuda a
conseguir ciertos objetivos, o cuando perdemos las grandes motivaciones o la
meta en sí, es entonces que sentimos ese vacío.
Creo no equivocarme si
digo que el sentimiento de vacío más radical que podemos sentir, con la
excepción del que produce la muerte de alguien querido, es cuando nos vamos de
nuestro país. Es un cambio total, dejamos de ver a nuestros familiares, amigos, pareja, todo lo que pertenece a la
rutina de uno, es el desarraigo radical, hasta lo que odiamos forma parte de
ese todo y aumenta la sensación de vacío. “Te amo mi Habana y aunque vea
lugares bellos, no podré olvidar tus baches, tu calor y tus camellos” decía el
rapero.
Lo excepcional del caso
cubano es que la migración ha sido tan grande a lo largo del tiempo que casi
ocurre un fenómeno en sentido contrario. Muchos cubanos sentirán al irse esta
sensación de vacío que acabo de mencionar, extrañarán con el tiempo más y más,
y entonces anhelarán el regreso, aunque sea de visita; otros estarán dispuestos
a volver a vivir en una Cuba más abierta y próspera, es decir, diferente. Al
irse, muchos se reencontrarán con familiares, en no pocos casos con la mayoría
de la familia, con viejos amigos, con una comunidad cubana, la vida será nueva,
pero siempre habrá una presencia de la identidad cultural.
Por otro lado, los que
se quedan cada día están más solos. Rafael por ejemplo, vive en el Vedado,
tiene 32 años, prácticamente todos sus amigos del barrio han marchado a Miami y
Madrid en menos de un año. Él, en algún momento, logrará su meta, que es
marcharse también. Como Rafael somos muchos los que hemos tenido que
despedirnos apresuradamente de nuestros seres queridos. Se trata de la voluntad
y el plan vital de miles de jóvenes, y eso es lo más triste de todo.
Cuba ha perdido muchos
artistas, deportistas, médicos, lideres disidentes, profesionales de todo tipo,
maestros, arquitectos, ingenieros, filósofos, informáticos, economistas. Por
perder, hemos perdido hasta la alegría en las calles, en los lugares de vida
cultural y nocturna. Hasta bienes de primera necesidad los hemos perdido, como
lo es la comunicación telefónica, pues a menos que alguien desde fuera nos
recargue la tarjeta en MLC, nos quedaremos aislados. Muchos han perdido también
su ¨convicción revolucionaria¨ o, mejor dicho, el apoyo al falso socialismo
cubano. Para muchos se ha perdido lo que se dice en el refranero popular que es
lo último que se pierde, la esperanza. ¨Esto no hay quien lo arregle¨ dicen
muchos, también apelando a ese cuerpo oral tradicional. Para todos, el único
camino posible es la huida. Se ha perdido pues, el interés en la nación.
Por ello, el cubano que
se va siente el vacío normal por su partida y la pérdida de todo lo que lo
rodeó durante mucho tiempo, pero el cubano que se queda siente a su vez un
vacío diario, el de perder a un amigo o a un conocido que se marcha, el de
perder las vacaciones que antes podía disfrutar, pero la crisis no se lo
permite hoy, el de perder el orgullo por las cosas que se hacían socialmente
dentro de la isla.
Es, en resumen, la
perdida de la Patria, porque la patria, como decía Ortega y Gasset no es
pasado, sino futuro, es un proyecto para caminar juntos, es sentirse parte de
una empresa que construimos entre todos. Los que quedan, creo, sienten un vacío
no tan agudo, pero si crónico, y cada vez más doloroso.
Esta situación es
mantenida por una casta política autoritaria. Las últimas palabras que escribió
Carlos Manuel de Céspedes en su diario poco antes de morir en combate contra el
enemigo colonialista fueron: “Abrazando ahora en conjunto a todos estos
Legisladores, concluiré asegurando que ninguno sabe lo que es la ley”.
Parafraseando al Hombre de la Demajagua podemos decir que los que hoy dirigen
los designios de nuestro país “no saben lo que es la patria”.
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