YO SOY UNA MIGRANTE VENEZOLANA
Más del 1% de la población cubana ha llegado ilegalmente a Estados Unidos por la frontera con México en solo ocho meses. Desde que en octubre Nicaragua eliminó la visa para Cuba más de 144 000 cubanas y cubanos recorren la ruta Nicaragua-Honduras-Guatemala-México. La grave crisis económica y política que hoy vive Cuba ha provocado esta ola migratoria. Un fenómeno similar vive durante años el pueblo venezolano. Al igual que en Cuba, también emigran de Venezuela personas que nunca estarían con la derecha. Sonalys Borregales es uno de estos ejemplos: periodista venezolana de izquierda que trabajó en importantes medios de prensa llegando a ocupar altos cargos directivos y decidió emigrar a Colombia. Sin embargo, su decisión no provocó que cambiara de ideología. En Colombia apoyó la campaña electoral de Gustavo Petro e inauguró el blog “El diario de una migrante” que desde la izquierda recoge sus análisis sobre la emigración venezolana y la política colombiana. Comunistas republica este artículo con el fin de ayudar a romper la imagen distorsionada que los medios de prensa hegemónicos han lanzado sobre el fenómeno migratorio venezolano.
Por Sonalys Borregales
Sí, pertenezco a ese grupo de personas que dejó su país en busca de las oportunidades que no tuvo en él, soy parte de ese grupo que es estigmatizado, de los que acepta un trabajo por unos pocos pesos, de los que envían dinero a la familia que se quedó, de los que celebran Navidad y Año Nuevo a través de una videollamada, soy de esos que a veces pierden la fe.
Los migrantes venezolanos en todo caso parecemos una excepcionalidad. No porque seamos diferentes al resto de migrantes del mundo, sino porque en, términos mediáticos y políticos, tenemos un valor más alto para ciertos intereses. A veces los migrantes venezolanos somos una excusa para discusiones estériles en Twitter, en ciertos momentos somos usados como arma política en contra del Gobierno y en otros tantos, presentados como una consecuencia inevitable del bloqueo impuesto por Estados Unidos contra Venezuela.
Los migrantes venezolanos también podemos ser una cifra exagerada y manipulada, una noticia de primera plana en la que nos acusan de los crímenes en alza, somos los que vamos en bicicleta de un lado de la ciudad a otro con una caja en la espalda que guarda la comida comprada por los que sí tienen un trabajo con un sueldo bien remunerado, los que andamos a pie cientos de kilómetros con un bolso tricolor a cuesta en el guardamos los sueños… Somos eso y todavía más. Pero yo he tenido suerte.
Suerte porque, aunque no soy especial, no he tenido que trabajar como mesera en turnos de más de 12 horas, ni limpiar casas eternas con todas sus cosas incalculables adentro, no he tenido que buscar entre la basura cualquier desecho que pueda servir para reciclar ni he tenido que vender mi cuerpo.
Yo he tenido suerte porque no he tenido que vivir en una habitación con muchos otros como yo, pero extraños al fin al cabo; porque no he tenido que dormir en las calles frías y pasar la lluvia sin resguardo, porque tampoco he tenido que vender caramelos en un autobús o bolsas en una esquina para completar los pesos que cuesta ese lugar en el que muchos pasan la noche sin un bocado en el estómago.
Mi realidad es diferente a la de muchos migrantes venezolanos vulnerables. Por eso migrar no es como hacer gelatina: no es que un día amaneces con ganas de probar un sabor diferente y disuelves tus ataduras en un poco de agua y esperas que cuaje un nuevo futuro lleno de colores, con las oportunidades esas que no tuviste y que tanto quisiste, con ese sabor a dicha que tanto anhelabas.
No, migrar requiere un poco más de preparación, de esfuerzo. Si acaso se parece más bien a preparar un banquete, que tendría como entrada las frustraciones por lo que no has podido hacer, lo que no has podido tener en las tierras donde naciste, con un poco de todo de eso que te molesta y que quieres dejar atrás.
Luego habría que servir una buena porción de esperanza, con planes a futuros, nuevos sueños y otros viejos, hasta con algo de autoengaño para poder seguir comiendo sin pensar en que algo de lo comido te pueda caer mal, para soportar el sabor amargo de la partida.
En este banquete no habría postre para todo el mundo, algunos ni siquiera alcanzan al plato fuerte, porque muchos mueren en las trochas o en el mar, otros no logran superar las condiciones que lo llevaron a migrar. Todos guardamos espacio para el postre, pero muchos quedamos con el vacío de lo que no será ni donde naciste ni adonde fuiste.
Me dicen Sona y salí de mi país hace algún tiempo. Una vez leí que no importa la ruta que uses para partir porque siempre serás un migrante (o por lo menos así lo recuerdo). Y creo que sí es cierto: Yo recorrí la mitad de Venezuela en bus, crucé a otro país por los caminos verdes populares, del otro lado tomé un taxi y luego otro autobús hasta la capital. Otros migrantes venezolanos quizá se fueron en avión o en balsa o todo el camino a pie, pero todos somos migrantes: esos que nunca terminamos de irnos, pero tampoco de quedarnos a pesar del paso del tiempo.
Desde ahora te iré contando mi experiencia como migrante y la de otros tantos como yo, lo cotidiano y lo extraordinario de esta vida que elegimos. Veamos qué pasa…
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