"Si en Cuba ese 'poder popular' o 'poder desde abajo' está olvidado, no creo que pueda construirse desde la intelectualidad".
¿Qué hacer? es una pregunta que todo revolucionario, y también cualquier persona de izquierda, debe hacerse continuamente. Entender la realidad y decidir qué hacer para cambiarla. Esta pregunta ya la planteaba el pelado Lenin a principios del siglo XX y debemos planteárnoslo hoy también. Sin embargo, a diferencia de muchos que dicen profesar la religión del peladismo, la respuesta no viene en forma de receta (Vladimir mismo viraría el timón 15 años más tarde) sino que depende del contexto como bien insistía Marx.
Esta conversación no viene inspirada por grandes teóricos marxistas, sino por observaciones mucho más cotidianas. Hablando con amigos cubanos (yo soy un migrante uruguayo) hablamos a veces de la función del intelectual y cómo a veces la intelectualidad puede vivir un tanto despegada de las vicisitudes del día a día, limitando la capacidad de acción. Yo mismo viví eso en mis veinte años de militancia en organizaciones marxistas, las cuales por no tener una composición netamente de clase (más obreros y menos universitarios) se les hacía difícil fomentar aquello que de última pretendíamos: hacer crecer el tejido social con conciencia de clase, aquel que en definitiva hará la revolución.
Quiero aportar algunas pinceladas a la conversación. Cuando dicen que “viajar te abre la mente” tienen toda la razón. Vivir un lugar distinto, con su configuración política, sus costumbres y su visión del mundo te hace entender mejor otras situaciones. Me pasó cuando emigré más de una vez. Europa y luego Norteamérica. Hay cosas que antes veía como normales que no supe darles la importancia que tenían. Quizás, esta visión mía, prestada de Uruguay, sirva allí donde estés.
Cada viernes sigo un programa semanal de Uruguay. Me gusta mucho porque tiene una editorial muy de izquierda. Tanto que emiten el programa por streaming, ya que ningún canal de televisión está interesado en dar voz a los trabajadores. En él discutían la próxima elección de la presidencia del Frente Amplio (coalición de izquierda). Y hacían notar cómo uno de los candidatos con muchas probabilidad de salir era el hasta ayer secretario general del PIT-CNT, la federación sindical unificada de mi paisito. Él sería el primer presidente del Frente Amplio netamente de clase trabajadora. Antes los presidentes de la coalición habían sido un general retirado, un médico oncólogo, un abogado, o varios grado-5 de la Universidad de la República (el nivel más alto de una cátedra). Y eso me hizo pensar…
A modo de resumen y sin hacer justicia histórica a la fuerza política, el Frente Amplio nace en 1971, fruto de una coalición entre algunos sectores más a la izquierda de los partidos tradicionales y fuerzas netamente de izquierda como el Partido Comunista o el Partido Socialista. En él se integraron más tarde los tupamaros (ex-guerrilleros) y muchas otras organizaciones menores. No es una fuerza anticapitalista. Pero sí conjuga ideas de independencia nacional y justicia social y económica. Una definición antioligárquica tanto en lo externo como en lo interno. El Frente gobernó el Uruguay por 15 años (2005-2020), y mantiene la Intendencia de Montevideo desde hace más de 30 años (la gobernación de la capital, donde vive un 45% de la población). Afortunadamente trajo muchos cambios positivos. Por ejemplo una ley de protección sindical y la reinstauración de consejos de salarios (negociación colectiva obligatoria) que en su primer año duplicó la cantidad de afiliados al PIT-CNT. Una reforma de la salud que introdujo salud pública universal antes reservada para los “pobres” (y muy mal presupuestada) y que actualmente convive con la salud mutual. Un crecimiento del 55% del salario real de los trabajadores, gratuidad del boleto estudiantil para secundaria, la descentralización de la Universidad pública a varias regiones del país. El Frente también impulsó muchas mejoras en la gestión. El Estado uruguayo siempre mantuvo su presencia en sectores clave de la economía (gracias a la defensa incansable del movimiento sindical) y el Frente dio vida a muchas empresas públicas de la que destaca la telefónica estatal. Aunque compite en telefonía móvil con dos multinacionales su cuota de mercado es mayoritaria y usó sus recursos para convertir a Uruguay en el país con más conectividad de América Latina (fibra óptica incluida), pruebas preliminares de cobertura 5G, plataforma de streaming (a la Netflix) y un gran etcétera.
Por supuesto estos y muchos otros cambios no son la panacea ni mucho menos. Pero una cosa que quiero destacar es que el Frente sigue siendo una fuerza política que, dentro de los límites del capitalismo, ha defendido y defiende la justicia económica. Y esto no es trivial especialmente después del desgaste que significa 15 años de gobierno (usualmente los partidos de izquierda que llegan al gobierno terminan “transando” y se olvidan de lo que defendían antes de llegar al poder).
Sin duda esto está ligado al movimiento social y sindical de Uruguay del siglo XX. Desde principios de siglo, anarquistas, comunistas y muchos otros “zurdos” se han organizado para defender los derechos de los trabajadores. Y en algunos casos han ganado. No se puede comprender a la fuerza política sin conocer la historia de luchas que le preceden y de las cuales (al menos en parte) se ha hecho eco.
A finales de 2019 el Frente perdió el poder, por unos pocos miles de votos, a la derecha rancia. Muchos análisis pueden hacerse pero un elemento era clave: el Frente había perdido su conexión con la base.
El pasado julio se entregaron 800.000 firmas para habilitar un referéndum que derogue buena parte de una ley que el gobierno de derecha quiso colar para recortar muchos avances. El movimiento sindical estuvo a la cabeza y utilizó esta herramienta constitucional para evitar el retroceso. Dicen que como en pasados referéndums, hay muchas posibilidades de tumbar el decretazo del gobierno.
Ahora el Frente puede que sea liderado por un dirigente sindical con mucha trayectoria. Quizás es parte de ese reconocimiento de que para seguir siendo de izquierda tiene que apelar, conectar y nutrirse de las bases. La victoria de las firmas lo deja claro.
Y vuelvo a pensar en aquellos presidentes de la coalición prácticamente todos de origen universitario. ¿Qué han aportado a la izquierda? Para mí es claro, cada vez que veo una chapuza del gobierno reaccionario: han aportado su profesionalismo para gestionar un Estado que cuando quiere puede hacer mucho y muy bien. Puede decir “se puede” y lograrlo. Puede ser… ambicioso.
Todo este buen hacer por supuesto está supeditado a lo más importante: el para qué, el hacia dónde. Si la pericia técnica se pone a buen uso las posibilidades son muchas. Pero la cuestión de la dirección política siempre debe estar guiada por la política de izquierda, aquella que sólo puede venir desde abajo, como una y otra vez demuestra el movimiento sindical uruguayo.
Entonces creo que a mi pregunta de que si sirven para algo los intelectuales (más allá de preocuparse de la teoría que vayamos a usar en algún momento… cuando construyamos suficiente poder popular) es que sí… sirven para poner su conocimiento técnico al servicio de la voluntad popular. Y más cuando cada gobierno de izquierdas en el mundo está constantemente en la lupa y se le ridiculiza si encuentra alguna dificultad.
Nótese que no digo “los intelectuales son la esperanza” sino casi lo contrario: “hay esperanza para los intelectuales”. Mucho pueden aportar si logran poner su cabeza y su saber hacer allí donde se necesita. Y la pregunta de qué se necesita sólo la puede responder El Pueblo, con mayúsculas. Aquel que cobra conciencia de sí cuando se organiza colectivamente.
Si en Cuba ese “poder popular” o “poder desde abajo” está olvidado, no creo que pueda construirse desde la intelectualidad. Pero ponerse las pilas e intentar tejer esa red social con los intelectuales escuchando, aprendiendo de, y en definitiva, poniéndose al servicio de “las masas” puede ser la forma de trascender la esfera personal y transformarla en colectiva.
Quiero volver a recalcar: esto es una pincelada dentro de una conversación. Este ensayo no es producto de un sesudo análisis y francamente, puedo dejar fuera muchos puntos importantes. Pero es una síntesis de mis vivencias personales y como tal quizás sirva de algo.
Me despido con una consigna clásica de las manifestaciones montevideanas: obreros y estudiantes: ¡unidos y adelante!
Helios Alonso, socialista uruguayo
Foto: Óscar Andrade (@Oandradelallana), ex-secretario general del sindicato de la construcción (SUNCA), militante del Partido Comunista y senador de la República, juntando firmas por el referéndum y charlando con la gente en la feria del barrio.