Las elecciones peruanas evidencian el descarnado carácter clasista de las democracias liberales
Por Adelaine Luigia
Un fantasma recorre Perú: el fantasma del comunismo. Al menos así lo presentan los grandes medios de prensa peruanos en una cruzada de clases desenfrenada entre el status quo neoliberal y la fuerza progresista que representa Pedro Castillo.
Acusar al contrario de comunista se ha convertido en la palaba mágica para desacreditarlo en una reedición 2.0 de la Guerra Fría. Tal parece menos grave ser calificado fascista, a ser comunista hoy. Esta palabra es el plomo pesado en las contiendas por las definiciones electorales.
Así pasa en Perú, donde la derecha se ha atrincherado en la figura de Keiko Fujimori y en la posibilidad de que en su tercer intento esté la vencida. Poco importa la pedida de 30 años que tiene la candidata por sus crímenes de delitos de lavado de activos, crimen organizado, obstrucción a la justicia y falsa declaración en proceso administrativo, pues han asegurado que es un mal menor frente a Pedro Castillo en un ejercicio de hipocresía continuada.
El entendido “mal mayor” es un maestro rural, que ha prometido una Asamblea Constituyente capaz de hacer una Constitución que tenga por bandera un proyecto político y económico de soberanía nacional. Ha prometido nacionalizar diferentes sectores estratégicos de la economía como los hidrocarburos y la minería.
La prensa en su más clara expresión de clases ha salido desbocada a cazar ese fantasma. Perú presenta una alta concentración de la propiedad de los medios de comunicación donde el 80 por ciento de los medios pertenecen a solo seis familias.
La dictadura del padre de Keiko, Alberto Fujimori entre 1990 al 2000 reconfiguró la propiedad de los medios, el Grupo El Comercio salió fortalecido de este gobierno con la compra de América Televisión y actualmente concentra alrededor del 70% de la publicidad anual (impresos, televisión y digital), el 80% de la circulación estimada de periódicos y el 78% de los lectores del mercado de diarios. Su peso en Internet es también inigualable: concentra el 68% de la audiencia total estimada de medios de noticias en línea.
Nunca ha estado tan clara la dictadura de una clase sobre la otra, en este caso como explicaba Marx las formas de gobierno anteriores al comunismo, desde los comienzos de la modernidad, ya sea el absolutismo, la monarquía parlamentaria o la democracia liberal, son expresión de la dictadura de la burguesía.
Situación similar ocurrió en las pasadas elecciones autonómicas en Madrid entre la representante del Partido Popular (PP), Isabel Díaz Ayuso y el candidato de Izquierda Unidas (IU) Pablo Iglesias. Ayuso presentó su campaña como una cruzada contra el comunismo que pretendía imponer en Madrid un gobierno a los estilos “castrochavistas” y su eslogan fue Libertad o Comunismo. Incluso llegó a decir que si la acusaban de fascista era porque iba por buen camino.
Los medios de prensa tuvieron un peso determinante en la definición de esta contienda poniendo nuevamente en crisis el concepto tan aplaudido de libertad de expresión tradicional. Promulgar este concepto como ejemplo de libertad en las democracias burguesas es tan ingenuo como negar el carácter clasista de los medios. El mismo Pablo Iglesias denunció en campaña el cerco mediático al que estaba sometido debido a la complicidad entre la derecha y los emporios mediáticos.
El sitio español Público señaló en 2018 la concentración de los medios de información en ese país. “Los consejos de administración de la Corporación de Radio y Televisión Española (RTVE), Mediaset, Atresmedia y CCMA (Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals) alcanzan el 94% de la cuota del mercado audiovisual español y controlan lo que ve el 78% de toda la audiencia. En el caso de la radio son la Ser, la COPE, Uniprex (Ondacero) y Radiocat XXI (RAC 1) quienes deciden lo que escucha el 80% de la audiencia total de la radio española y controlan el 97% del mercado”.
En un contexto internacional donde han tomado fuerza los fundamentalismos, las derechas, y el conservadurismo, los grandes poderes económicos y políticos utilizan el comunismo como arma de neutralización sobre la más mínima amenaza sobre su status quo. Efecto que encuentra resonancia en años y años de propaganda y demonización de las doctrinas comunistas sobre la ciudadanía mundial.