Creer que la manipulación política proveniente de las redes sociales generó la noche del 27 de noviembre es subestimar la conciencia política de la sociedad cubana.
Por Álvaro Hernández
Casi ocho meses después de aquel ya histórico 27 de noviembre, cabe preguntarse si en la Cuba de tan solo cinco años atrás, los sucesos de San Isidro hubieran devenido en aquella larga noche frente al Ministerio de Cultura. Es casi seguro que no. Principalmente porque en 2016 –salvo ciertos hechos extremistas sucedidos en el interior del país- artistas e intelectuales se expresaban en pleno.
Ante la pregunta de si, cinco años atrás, el arresto de los huelguistas del MSI –junto al escritor Carlos Manuel Álvarez- hubiese desembocado en el plantón del Ministerio de Cultura, los dogmáticos responderían que en 2016 las redes sociales no se habían masificado. Es cierto que la presencia de las redes sociales es un factor a tener en cuenta. Estas plataformas digitales –junto a Whatsapp y Telegram- sirvieron de herramientas articuladoras para concretar la larga noche del 27 de noviembre.
Sin embargo, ver en la “manipulación política” y la capacidad organizativa ejercida desde las redes sociales, la causa principal que provocó el plantón frente al Ministerio de Cultura, es realizar un análisis esquemático, partiendo desde una fobia decimonónica hacia las ya no muy nuevas tecnologías. A su vez, otorgarle esta magnitud a la propaganda proveniente de las redes sociales, implica subestimar la capacidad de decisión y conciencia política de la sociedad cubana en general y sus individuos de modo particular. Si la manipulación política ejercida desde las redes sociales pudo dar lugar a la noche del 27 de noviembre, entonces debiera asumirse que han sido en vano las décadas de trabajo ideológico llevado a cabo por la Revolución.
Quizá el mejor y más reciente ejemplo, donde podemos ver que la manipulación política en las redes sociales no fue el origen del herético 27 de noviembre, es la pasada huelga de Alcántara. Al igual que en noviembre de 2020 las autoridades intervinieron un posible agravamiento de su estado clínico-, sino que también contó con el agregado de la pequeña protesta de Obispo y Aguacate, más una profunda crisis económica como panorama social. Entonces: si ya en abril pasado existían las redes sociales y su consiguiente manipulación política ¿por qué no sucedió otro 27 de noviembre, no importara en el lugar que fuese? Simplemente, como se dice en el marxismo clásico: las condiciones no estaban dadas.
Tal sucedió el 27 de noviembre, en la pasada huelga de Alcántara las redes sociales constituyeron solo un instrumento, una herramienta más, con la cual se articuló –o no- un hecho político. En el siglo XX, la convocatoria al plantón frente al Ministerio de Cultura hubiera sido un mensaje radial o televisado y no por ello, la radio y la televisión son “armas de la contrarrevolución”. Este es el punto que debieran tener en cuenta quienes aún siguen viendo en las redes sociales un mal político del cual no pueden librarse.
Entre los 21 puntos establecidos en 1919 como el programa constitutivo de la Internacional Comunista, estaba la orientación de que el Partido Comunista contralara toda la prensa. Esto se aplicaba, ya fuese para los países donde triunfara el socialismo –que para la fecha no pasaba de ser Rusia, con posteriores reprimidos intentos como Hungría en 1919-, o para los partidos comunistas en la oposición.
En torno a las organizaciones comunistas del siglo XX siempre orbitaron artistas e intelectuales de vanguardia, como Louis Aragón en Francia, Pablo Neruda en Chile o Nicolás Guillén en Cuba. Producto de ello, cada partido comunista, comúnmente, tenía una publicación cultural, así como otros medios de prensa, ya fueran sindicales o dirigidos a un público juvenil. Como sabemos, esta política de los partidos comunistas para con los medios de comunicación, no solo sobrevivió a la Internacional Comunista –disuelta por Stalin en 1943-, sino que se aplicó con rigor en el resto de los países orientados hacia la construcción del socialismo.
Cuba no fue la excepción, hasta que el internet comenzó a ganar presencia en nuestra sociedad; un fenómeno inevitablemente ascendente, o al menos no reversible. Comenzó así el quiebre del monopolio del Estado sobre el control de la información.
Con la llegada del internet a los celulares en diciembre de 2018 y su rápida masificación, nuestro Gobierno terminó de perder por completo el monopolio de la información. Pero con el internet no solo llegaron páginas webs de dudoso contenido político, sino también las redes sociales: tan o más efectivas para propagandizar que las mismas publicaciones digitales.
Un sector de la dirección del país -acostumbrado al control sobre los medios de comunicación- entendió a las redes sociales como un enemigo político que atentaba contra la seguridad del sistema socialista. Para enfrentar este nuevo escenario político, el Gobierno desplegó políticas analógicas en las plataformas digitales. En los medios oficiales comenzaron a publicarse una serie de artículos, programas televisivos, incluso documentales, alertando sobre el “peligro” de las redes sociales. Al mismo tiempo se articularon los llamados cibercombatientes quienes en su mayoría desconocen cómo se debe actuar en estas plataformas digitales. Posteriormente se han llevado a cabo bloqueos temporales de Whatsapp (que no es una red social, pero su accionar es muy similar a estas), incluso cortes de internet; ya sean individualizados, focalizados o a nivel nacional. Estas medidas gubernamentales son políticas ineficaces, de muy poco impacto ideológico –al menos no positivo- y solo provocan mayor interés en quienes comienzan a usar las redes sociales.
Contrario a lo deseado por esquemáticos decisores -quienes vieron perder el control sobre la información y la participación política-, las redes sociales han terminado siendo la principal plaza de expresión de la sociedad civil cubana y la ciudadanía en general. Las vías se diversifican. Aunque Whatsapp y Telegram no son precisamente redes sociales, sí constituyen eficaces espacios virtuales para la construcción de hegemonías, tanto políticas, como culturales.
A pesar de que, desde el Gobierno de Marianao hasta Marino Murillo tienen cuentas oficiales en las redes sociales, un importante sector de la dirección del país sigue viendo en Facebook o Twitter, un “mal” imposible de eliminar. Esta es una visión dañina que solo perjudica las relaciones entre el Estado y la ciudadanía.
Es innegable que las redes sociales, incluyendo los grupos en Whatsapp y Telegram, son, como ya se dijo con anterioridad, espacios de articulación de nuevas hegemonías, donde las ideologías –con todos sus matices- coexisten, dialogan o se enfrentan. Todo ello tiene un motivo: la lucha de clases. Hasta que no triunfe el comunismo, es decir, la sociedad sin clases, mercado, ni Estado de la cual hablaban Marx, Rosa Luxemburgo, Alexandra Kollantai o Vladimir Lenin, continuará el enfrentamiento entre la burguesía - y sus representantes – contra la clase trabajadora.
Esto es algo que va más allá de si un Gobierno es democrático o totalitario. Parafraseemos a la famosa frase de Lenin salida de su libro El Estado y la Revolución: “Mientras exista el Estado, no habrá libertad, cuando haya libertad no habrá Estado”. Ya lo sabemos: la extinción del Estado solo se logrará en la sociedad comunista. En ese largo camino que es la lucha de clases, las redes sociales tienen un importante papel, como también lo tuvo la imprenta, la radio y la televisión: son instrumentos que solo responderán a quienes los empleen.