La libertad sólo para los que apoyan al
gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es
libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el
que piensa de manera diferente.
Rosa Luxemburgo
por Christia
Jaimovich*
Rosa
Luxemburgo es una marxista incómoda. Sus ásperas críticas a Lenin y Trotski publicadas
en el folleto La Revolución Rusa (1918)
han causado que ese pequeño texto ni siquiera aparezca en las compilaciones
realizadas por la mayoría de las editoriales comunistas.
En las
no más de 30 páginas de La Revolución
Rusa, constantemente Rosa Luxemburgo le señala a Lenin y Trotski el grave
error de haber otorgado un poder excesivo al partido, limitando así en buena
medida a la nueva democracia nacida de los soviets.
En su
texto, la dirigente comunista reconoce
la grandeza única de la Revolución de Octubre, pero eso no le impedirá decir
que Lenin y Trotski “demostraron un frío desprecio por (…) el sufragio
universal, las libertades de reunión y prensa, en síntesis, por todo el aparato
de las libertades democráticas básicas del pueblo”.
Rosa
alertará además sobre un grave error cometido por los bolcheviques el cual
desgraciadamente se irá repitiendo en los futuros procesos revolucionarios. Con
la finalidad de lograr la unidad ante los ataques de la contrarrevolución, el
nuevo poder tiende a suprimir las disidencias internas, no solo a las derechas
(las cuales por sí solas terminan ubicándose en la ilegalidad), sino también a
las izquierdas.
“El remedio
que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor
que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva
de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las
instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas,
enérgica, de las más amplias masas populares”, alertaba Rosa quien preveía las peligrosas
consecuencias de una fuerte concentración de poderes en una sola organización.
Desde
los orígenes del bolchevismo, es decir, cuando en 1903 el Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso se quiebra en dos, naciendo el ala dirigida por Lenin
(bolcheviques) y la facción encabezada por Yuli Martov (mencheviques), Rosa
estaba llamando la atención al revolucionario ruso sobre el peligro de
otorgarle extremos poderes al Comité Central.
Para
ello, respondiendo al famoso libro Un
paso adelante, dos pasos atrás .La Crisis en Nuestro Partido escrito por el
líder bolchevique en 1904, Rosa Luxemburgo -en su artículo Problemas de organización de la socialdemocracia rusa- le
advertiría a Lenin que “conceder a la dirección del partido ese
poder absoluto (…) implica elevar a una potencia peligrosísima el carácter
conservador que tiene esencialmente toda dirección (…) El ultracentralismo
que propugna Lenin (…) no nos parece impregnado en su esencia por un espíritu
positivo creador, sino por un espíritu de vigilante”.
Sin
embargo, los señalamientos de Rosa Luxemburgo no parten de un puritanismo
idealista. Su análisis sobre los motivos por los cuales el gobierno bolchevique
desarrolló un frío desprecio hacia las libertades democráticas básicas, parte
de las mismas lógicas marxistas con las cuales más tarde, Trotski expondrá las
causas del triunfo estalinista.
Según
Rosa Luxemburgo, una revolución aislada y hostigada por el imperialismo,
no
pueden “realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados
intentos de una y otro”.
Los
pronósticos de Rosa Luxemburgo desgraciadamente se cumplieron. El Comité
Central del Partido Comunista (bolchevique) fue acumulando un poder excesivo y
la Revolución mundial no triunfó. Debido a ello, Stalin, al hacerse del control
político, no solo derrotó, sino que también pudo suprimir y perseguir a todas
las oposiciones marxistas. En últimas, la caída de la Unión Soviética también dependió
de este grave error: cuando los Gorbachov, Yeltsin y compañía decidieron
desmontar el socialismo, la clase trabajadora no tuvo los recursos efectivos
para oponerse a ello.
El
socialismo que depende solamente de una camarilla termina,
tarde o temprano, pereciendo en las manos de esa misma burocracia. Una
burocracia que no sea controlada por la clase trabajadora puede decidir
restaurar el capitalismo sin encontrar resistencia efectiva en la sociedad.
Uno de
los más cercanos ejemplos es China. Implantado medidas neoliberales y
persiguiendo las voces cuestionadoras, el Partido Comunista ha instaurado una
dictadura capitalista. Hoy, acusados de “desviacionismo de izquierda” los
grupos maoístas que critican al gobierno chino son continuamente hostigados.
En
nuestra Cuba, Rosa Luxemburgo es el instrumento fundamental para enfrentar no
solo a la censura que nos impone la burocracia, sino también a la derecha que
intenta presentar al capitalismo como la única vía para alcanzar libertades
civiles y democracia.
Cuando
la contrarrevolución cubana sentencia que el marxismo equivale inexorablemente
a la represión de los derechos individuales, cabe recordarle la siguiente frase
escrita por la dirigente comunista Rosa Luxemburgo: La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los
miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto.
La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera
diferente.
¿Qué
podrán decir los censores cuando leen las críticas que lanza Rosa Luxemburgo a
Lenin, llamando a la libertad de expresión, reunión y alertando acerca de la
concentración de poder del Partido o, peor aún, del Comité Central? ¿Qué dirá la
derecha cuando ve a sus reclamos empuñados por una comunista quien era enemiga
acérrima del capitalismo?
Hoy en
Cuba, la fundadora del Partido Comunista Alemán nos es útil incluso para
desmontar la mediocridad de quienes se dedican a alabar a la dirigencia y perseguir
el pensamiento autónomo. A esos tristes personajillos se les fulmina
recordándoles la siguiente frase de Rosa: “lo que podrá sacar a la luz los tesoros
de las experiencias y las enseñanzas no será la apología acrítica sino la
crítica penetrante y reflexiva”.
Este 5
de marzo, Rosa Luxemburgo cumple 150 años. Un aura revolucionaria la ungió
desde su nacimiento: vino al mundo a solo 13 días del triunfo de la Comuna de
París. Después de fallecer, su espíritu liberador pareciera que siguió castigando
a los totalitarismos: un 5 de marzo, pero 83 años después fallecía Stalin. Los
médicos soviéticos temieron atender a Stalin cuando este agonizaba, sufriendo
así un lento y doloroso final. Los obreros alemanes se negaban a creer la
muerte de Rosa y creían que ella pronto saldría de la clandestinidad.
Ya es
hora que la clase trabajadora cubana acceda de manera masiva a los textos de
esta lideresa comunista, tanto como para enfrentar a la censura como para frenar
el empuje de la derecha. Divulgar en Cuba la obra de Rosa Luxemburgo es una
tarea de urgencia revolucionaria y el mejor homenaje que se le puede rendir.
*Christia Jaimovich, estudiante cubana de
origen judío especializada en la filosofía de Walter Benjamin. Cursa sus
estudios pregrados en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba.