Buenas tardes amigos y enemigos. (Con perdón de Silvio)

 

Una fuerte crítica ha recibido el héroe cubano, exmiembro de la Red Avispa René González por no estar de acuerdo con que nuestro Gobierno haya negado a la periodista cubana, Karla Pérez su derecho de entrar a Cuba. Esta es su respuesta publicada por él en Facebook hace solo minutos.



René González Sehwerert (tomado de su página oficial en Facebook) 

A los enemigos: Fue un placer

Ahora a los amigos:

No dejaron de sorprenderme algunas reacciones a mi pasado post, en que abordaba lo que para mí es el peso del debido proceso en esta lucha, aun cuando sea por la supervivencia, frente a la ola reaccionaria generada por Donad Trump, su efecto sobre la contrarrevolución -siempre tan dependiente ella- y nuestras respuestas.

Me sorprenden también las muestras de apoyo que han generado unos pocos ataques. Debe de ser que la virulencia del lenguaje tomó preminencia por sobre la cantidad de personas que optaron por ello. Aunque no me parece que fuera para tanto, lo agradezco.

Cuesta trabajo creer que haya quienes -minoría, por suerte- no toleren el debate. No pude dejar de pensar en que mientras una persona, allá en Miami, es objeto de persecución McCartista por ser amigo de mi hermano y hacerse unas fotos conmigo, aquí me suceda algo parecido por expresar un criterio. Ahí lo dejo.

Entre esa mayoría que respetuosa y civilizadamente expresó sus opiniones, favorables o no, se manifestaron ideas y conceptos, respaldados por la legitimidad que otorgan el respeto y la limpieza de las intenciones. Me gustaría referirme a algunos:

Aunque uno pudiera sentirse tentado a agradecer a quienes concibieron mi post un acto de valentía, preferiría declinar el merecimiento. Nunca pensé que al opinar me estaba embarcando en algún riesgo y lo sigo pensando.

Otro tema recurrente y más que fundado es el de “no dar armas al enemigo”. ¿Quién no se ha visto en la disyuntiva de decidir entre expresarse o no, para dar o no dar armas al enemigo? ¿Cómo se pone en la balanza el daño que nuestras palabras pueden hacer en boca hostil, frente al perjuicio o el beneficio esperado que en esas circunstancias puede ofrecer nuestro silencio? No hay conflicto interno que supere a ese, cuando nos vemos ante la necesidad de opinar sobre cosas que nos atañen y duelen a todos.

En esas circunstancias, sólo nos queda desear que hayamos tomado la decisión correcta, hacerlo lo mejor posible y esperar que nuestro propósito de estimular a una reflexión colectiva rinda el fruto esperado.

Muchos compañeros piensan que debo dirigirme a las instituciones, a exponer mis puntos de vista, y aseguran que serán escuchados. Con toda franqueza, me parece eso más pretencioso que escribir un post en una página de Facebook. No puedo imaginarme en las oficinas de un ministerio, robándole tiempo a un funcionario -de vez en cuando, además un amigo- para decirle lo que debe de hacer.

Prefiero, aplicando una dosis de mesura, hacer lo que haría cualquier ciudadano porque eso es lo que soy: Un cubano más, además revolucionario, ambas cosas por elección y muy contento de mi condición ciudadana. Con un título que merecen miles de compatriotas, algunos más que yo, que otorga cierto peso a mis opiniones, y que efectivamente me obliga a cuidar de lo que digo y asumir el peso.

En cuanto a las instituciones, trato de relacionarme con ellas sólo por asuntos de mi trabajo, midiéndome mucho por respeto al tiempo que esos compañeros tienen que dedicar a múltiples temas, y sólo cuando es absolutamente necesario. En ellas se me reciproca con igual respeto y colaboración.

Entonces ¿Por qué escribí?

Porque creo en el deber de contribuir, desde la opinión, a que las cosas nos salgan mejor. Estos espectáculos, hoy tan de moda, son la primera etapa de una tortuosa y turbia construcción entre realidad virtual y mundo real, en que rebotan de la tarima a las redes, de las redes a las noticias, de las noticias a las acciones políticas contra Cuba; y de vuelta al mundo virtual el producto final será consumido, en las propias redes, por nuestros hijos, formará sus percepciones e incidirá en su conducta. Cuando ese producto final llega intacto a su destino, me duele.

Esos hijos a los que nosotros mismos hemos enseñado a ser sanos, inquisitivos, inconformistas, justos y sensibles son el consumidor último al que va dirigida esa construcción. Sólo la invulnerabilidad jurídica de nuestras decisiones y la solidez de nuestros argumentos pueden servir de contrapeso, ante sus ojos, a un montaje de tal factura. Ejemplos sobran en estos últimos meses de arremetida furiosa, casi desesperada, que hemos enfrentado con éxito.

Tan importante en nuestro caso es la justeza de las decisiones que tomemos como la infalibilidad de su sustento. Hemos decidido construir una sociedad nueva y eso tiene un precio. En un mundo signado por la hipocresía y el cinismo, nadie como Cuba está obligada a una exquisita correlación entre forma y contenido. No tenemos derecho a una licencia imperial para cometer impunemente un genocidio, o diezmar a nuestros adversarios, o sacar ojos a perdigonazos como se ha otorgado a Israel, Colombia o Chile. Estamos obligados a hacer no sólo lo correcto, sino a hacerlo perfecto. Es el costo de proponerse una sociedad donde por vez primera la justicia humana sea lo primero.

El desarrollo humano nos ha provisto de las redes, y hemos aceptado el reto de usarlas. Siempre he considerado que los cubanos tenemos mucho que aportar a ellas, sin temer al debate franco, respetuoso e inteligente, aún si implica a quienes con igual franqueza, respeto e inteligencia entran a adversarnos. Si hubiera duda, sólo hay que leer los comentarios que desde la otra orilla hemos tenido que eliminar por su lenguaje ofensivo, amenazante, vulgar y soez. Si ese es el trigo que pueden sacar a nuestra crítica, sirva de medida.

En cuanto a mí, nativo analógico, consciente además de que mis palabras tienen cierto peso, mi elemento vital seguirá siendo el mundo real. Perdonen si alguna vez siento algún impulso de meterme en esto. Sólo espero una lectura completa de mis garabatos, que se me devuelva el mismo respeto que otorgo, que aprendamos a escucharnos los unos a los otros sin molestia, y que pensemos en la posibilidad de crecer en un debate sano, franco y civilizado.

Si esa fuera la premisa, pues buenas noches, amigos y enemigos.