Stalin, Cuba y la libertad

 

Frank García Hernández

Hace solo dos días Iósif Visariónovich Dhuzgashvili, más conocido como Stalin, cumplió 148 años de nacido. En Cuba, la fecha fue completamente ignorada por los medios oficiales, pero, desgraciadamente, no pocos creen que nuestra prensa es esencialmente estalinista.

Sin embargo, mientras conversaba con Tariq Alí en su casa de Londres, este me decía que a su consideración en Cuba nunca hubo estalinismo, sino brezhnevismo. Algo similar escribiera el intelectual cubano, Desiderio Navarro en el prólogo al libro Políticas Culturales de la Revolución. Debate y reflexión.

Llegado a este punto, toca preguntarse cuál sería la diferencia entre estalinismo y brezhnevismo. En 1964, el entonces primer ministro soviético Leonid Ilich Brezhnev subió al poder tras organizar un golpe palaciego contra su mentor Nikita Jrushov. El depuesto líder soviético, tras el XX Congreso del Partido Comunista de la UniónSoviética celebrado en 1956 había iniciado la conocida “desestalinización” del país y el llamado “deshielo” de las políticas culturales.

Aunque Jrushov carga con la responsabilidad de la invasión a Hungría en 1956 y el bloqueo a Berlín occidental en 1959, lo cierto es que bajo su mandato los escritores y artistas soviéticos tuvieron una libertad de creación jamás imaginada bajo Stalin. Con el ascenso de Brezhnev, la censura totalitaria regresó, la crítica a los tiempos de Stalin desapareció y el rupturista XX Congreso del PCUS fue silenciado por completo.

La política conservadora del Kremlin se impuso incluso a sus aliados. En 1965, Brezhnev congeló las relaciones con Cuba. Castigaba así a un Fidel Castro que impulsaba la Revolución en América Latina, Asia y África. La línea de lucha armada promovida por La Habana chocaba contra la política de coexistencia pacífica de la Unión Soviética con Estados Unidos. Al mismo tiempo, los Partidos Comunistas latinoamericanos controlados por Moscú veían cómo sus juventudes salían de sus filas para integrarse a nuevas organizaciones marxistas orientadas hacia la vía cubana.

La existencia de otro Partido Comunista en el poder, sobre el cual Moscú no tuviera control, era algo que no se podía permitir la Unión Soviética, quien ya había perdido a China, Yugoslavia y Albania, a la vez que, contradictoriamente, Nicolae Ceacescu se alejaba cada vez más de su órbita. La nueva política de la Unión Soviética hacia La Habana fue reducir al máximo el envío de petróleo y el apoyo económico. Cuba vivió prácticamente un doble bloqueo, a la vez que la tan esperada revolución latinoamericana no triunfó. En 1970 la crisis se hizo casi insostenible y La Habana terminó capitulando ante Moscú. Las políticas culturales de Leonid Brezhnev llegaron a Cuba.

Sin embargo, a pesar de que el mandato de Brezhnev ha sido caracterizado por el inmovilismo, este no gobernó con el terror político de Stalin, ni realizó las grandes purgas dentro del PCUS, ni desterró por completo a pueblos dentro de la Unión Soviética, como tampoco desató una paranoide persecución masiva. A su vez, aunque el culto a la personalidad regresó, no llegó a alcanzar los niveles desproporcionados del caudillo georgiano.

De tal forma, la política que se expandió entre los Partidos Comunistas y los Gobiernos que pretendían construir el socialismo fue no mencionar, ni criticar, ni validar a Stalin, pero sí a sus políticas de coerción y por tanto, el control absoluto del Estado burocrático sobre los medios de comunicación.

El brezhnevismo perfeccionó el poder de la burocracia, a la vez que expandió y legitimó aún más la idea de que la censura es inherente a la construcción del socialismo. Millones de personas confirmaban su idea de que el comunismo se construye a partir de la represión de los derechos civiles.  

Pensar que la censura -y por tanto, limitar la libertad expresión-, es imprescindible en la construcción del socialismo es algo asumido todavía, tanto por miles de militantes comunistas, como por millones de trabajadoras y trabajadores que rechazan por completo la ideología comunista.   

Negar que esos miles de militantes comunistas quienes aún validan el pensamiento brezhneviano son comunistas, es un gravísimo error el cual solo conduce a la división de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, negar ante las mayorías que Stalin fue comunista es ayudar a que, quienes no creen en el marxismo, sigan desconfiando de nuestra ideología.

Esas millones de personas que identifican a Marx y a Lenin con Stalin lo hacen porque durante décadas el estalinismo ha vindicado con fuerza a Marx y a Lenin. A causa del discurso liberal chino y la ausencia de referentes marxistas en sus productos comunicativos, hoy es mucho más fácil demostrar que el Partido Comunista de China abandonó la construcción del socialismo, que desmontar la idea del Stalin comunista. Paradójicamente, tanto la propaganda soviética como la anticomunista han ayudado a consolidar la visión de la historia, donde Stalin es el perfecto heredero de Lenin.

Precisamente por ello, para desmontar la idea de que la censura es inherente al socialismo, la labor ideológica de los marxistas revolucionarios es demostrar, en los hechos, que el estalinismo es una grotesca deformación del marxismo, tanto que, se hace irreconocible. He ahí uno de los más grandes crímenes de Stalin: haber cometido sus crímenes en nombre del comunismo.

El hecho de que el comunismo sea una sociedad sin Estado, ni mercado, ni clases sociales, solo se puede entender como una sociedad donde el individuo será plenamente libre. Es imposible ganarse a la clase trabajadora cuando se le promete una futura sociedad plenamente libre, mientras que en su construcción se impone la censura y se coarta la libertad de expresión.

Hoy, nuestro Gobierno -en vez de censurar a quienes denuncian la censura-, se libraría de casi la mitad de sus problemas si eliminara la censura. Los grupos contrarrevolucionarios perderían la casi totalidad de su discurso y se verían reducidos casi a la nada. Por si fuera poco, el Estado recibiría el completo apoyo de los artistas e intelectuales inconformes.

Es lógico que en el periódico del Partido Comunista se publique lo que el Partido quiere que se escriba. Cada medio responde a una línea editorial y en este caso, aún más cuando responde al partido gobernante. Sin embargo, lo que no es lógico es que se censure a otros medios los cuales, lo único que le deben al Estado, es la obediencia a la ley.

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