Desde 1959 Cuba vive en continua transición. Una transición hacia varios modelos de sociedad socialista a los que, cada vez que se está llegando -e incluso, consolidando-, desaparece y, en el mejor de los casos, se posterga.
La interrupción más brusca de uno de estos modelos fue la caída de la Unión Soviética. Durante ese cambio de modelo, de década, y según Eric Hobsbawn, también de siglo, Estados Unidos previó para Cuba diferentes posibilidades de “transición democrática” hacia la “democracia”.
Una de las estrategias preparadas por Washington fue el uso de intelectuales como motor de estos cambios. Pretendían aplicar el modelo de la Revolución de Terciopelo que tuvo lugar en Checoeslovaquia, donde el dramaturgo Vaclav Havel se puso al frente del derrocamiento del Partido Comunista.
Revolución de Terciopelo |
De tal modo, para 1992, se logró articular y manipular en Cuba la llamada Carta de los Intelectuales entre los cuales destacaban verdaderos poetas como Manuel Martínez. Generalmente, a estos procesos se le unían personas honestas que estaban, por varios motivos, en contra no solo del Gobierno, sino también del Estado socialista.
Para entonces, a pesar de las profundas transformaciones sociales, el término sociedad civil comenzaba a asimilarse en determinados círculos más como teoría que como práctica. Sin embargo, en la esfera intelectual se llegó a presenciar serios cambios en lo referente a la participación y diálogo.
Quizá uno de los mejores exponentes fue la publicación íntegra de las cartas abiertas entre un Jesús Díaz quien ya estaba al frente de la revista Encuentro y un Fernando Martínez Heredia que todavía resultaba muy incómodo para determinadas esferas del Departamento Ideológico.
Sin embargo, quizá uno de los más impactantes cambios en la participación política de la intelectualidad cubana fue la masificación del internet, cuando en diciembre de 2018 se permitía el uso de la red de redes en el celular. Un año más tarde, ya nadie recordaba cuándo fue que existió una polémica la cual no se reflejara en las redes sociales digitales.
El inmovilismo siempre temió perder el monopolio de la información y, lo que es más, el control de los espacios para el debate político. Esto le llevó a tenerle fobia a internet y sobre todo a sus chicos terribles: Facebook, Twitter y Whatsapp. La Primavera árabe, Ucrania, Serbia, y ahora Belarús, les confirmaban cada vez más el peligro de esas incontrolables redes sociales. De modo que, desde sus prácticas políticas analógicas le costó mucho trabajo –y aún lo hace de manera torpe- insertarse en el debate ideológico virtual.
La Crisis de Fin de Semana Largo vivida en La Habana entre el jueves 26 al domingo 30 de noviembre existió en buena medida gracias al uso de las redes sociales. El plantón ante el Ministerio de Cultura y su existencia ante millones de cubanas, cubanes y cubanos solo pudo ser porque se había masificado internet. Anteriormente, todo esto se hubiera conocido a través de confusas radioemisoras extranjeras, videos filtrados y exagerados rumores políticos de barberías, vecinos y bodegas que, acostumbrados a ellos, la sociedad cubana no les prestaba mucha atención.
Pero, en esta ocasión, al romperse el monopolio del control de la información y los espacios de debate, el Gobierno se vio obligado a informar por la televisión -y en cadena nacional- el proceso que ya muchos creen conocer. Sin embargo, el público que no pudo contrastar la información oficial con otras fuentes, sigue sin entender cómo un grupúsculo contrarrevolucionario y sus manipulados seguidores terminaron siendo un grupo de compañeras y compañeros revolucionarios que mantuvieron un diálogo amable con las autoridades, incluso, dentro de las oficinas del Ministerio de Cultura.
Ese público mayoritario, tampoco entiende cómo esas compañeras y compañeros revolucionarios que se entrevistaron con las autoridades, jamás aparecieron en televisión, ni siquiera los emblemáticos Fernando Pérez y Jorge Perugorría -quienes formaron parte del grupo que se entrevistó con el viceministro-.
Ese mismo público tampoco comprende cómo, incluso, al día siguiente, todo el proceso se convirtió en una sucesión de actos contrarrevolucionarios donde no aparecía por ningún lugar, ni siquiera uno de los dialogantes que, al fin y al cabo, fueron los que dieron punto final a la crisis y no los presentes en el parque Trillo.
Quizá por ello, desde las redes sociales, salvo excepciones lúcidas, se encuentran dos grandes posturas encontradas. Por un lado, los que defienden al entreguista Movimiento San Isidro y ven en él a la organización democrática que salvó los derechos civiles de la intelectualidad cubana; y por otro, los que ven en todos quienes estuvieron involucrados en el proceso, incluso en Fernando Pérez y Jorge Perugorría, un grupo de mercenarios pagados por el imperialismo.
Ambas partes han logrado que resulte desagradable entrar a Facebook. Muchas y muchos hemos terminado deprimiéndonos al ver cómo se pierde una excelente oportunidad de diálogo y debate, al imponerse la visión de que siempre debe existir un vencedor y un vencido, un bueno y un malo, un San Isidro y un parque Trillo.
I.J.K.
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