Mientras en Estados Unidos, Europa y América Latina, las manifestaciones antirracistas derriban estatuas de esclavistas y de Cristóbal Colón, en La Habana y en Santa Clara, sobreviven sendos monumentos al presidente cubano José Miguel Gómez, que en 1912 masacró más de mil afrodescendientes.
Por: Frank García Hernández*
Monumento a José Miguel Gómez en el Vedado, La Habana, Cuba |
Cuando a inicios de siglo XX, Cuba inició su república tutelada por Estados Unidos, la burguesía nacional que entonces tomó el poder económico y político, estableció sus propios espacios urbanísticos.
En La Habana, parte de los generales de la recién terminada guerra de independencia, mezclados con los propietarios de la industria azucarera, construían a las afueras de la ciudad, muy cerca de la costa, su propia zona urbana, conocida hoy como El Vedado.
Foto antigua de calle 23 en el Vedado |
Fastuosa y colonizada, la burguesía criolla construyó en El Vedado una “ciudad”, marcada con los estilos de las grandes avenidas europeas, a la vez que trataba de librarse del mal trazado de las calles de La Habana colonial, adoptando el diseño urbanístico reticular, existente en New York.
Calle G, Avenida de los presidentes, actualmente |
Dos de las principales avenidas que desembocaban en la costa y comenzaban en los límites de la entonces nueva urbanización, recibieron los nombres de Paseo de los Alcaldes y Avenida de los Presidentes. El recorrido de ambas estaba signado por una estatua del primer alcalde y el primer presidente de la República neocolonial, respectivamente.
Al parecer, la idea inicial fue construir una efigie de cuerpo entero de cada gobernador de la ciudad y de cada mandatario de la nación, algo que, afortunadamente, no se llegó a consumar por completo.
El asesino
Después de que Estados Unidos interviniese en la guerra de independencia cubana y gobernara directamente el país desde 1899 y hasta 1902, el ejército imperialista regresó a ocupar Cuba durante el periodo 1906-1909, esta vez convocado por el primer presidente de la República neocolonial: Tomás Estrada Palma.
Estatua de Tomás Estrada Palma |
Una vez concluida la segunda intervención norteamericana, el presidente cubano que asumiría el gobierno sería el general José Miguel Gómez, héroe de la guerra contra España. Si el primer presidente, Estrada Palma, tuvo la ignominia de pedir a Estados Unidos que enviara sus tropas para sofocar una rebelión interna, este José Miguel Gómez (con apoyo de Gerardo Machado) no se quedó atrás cuando en 1912 dio la orden de masacrar la rebelión de afrodescendientes que estalló en el Oriente y Las Villas del país, encabezada por el Partido de Independientes de Color. Nunca se ha podido establecer la cifra exacta de muertos, pero lo cierto es que sobrepasó el millar de muertes y que fue un claro intento de limpieza étnica.
Las estatuas
La primera de las estatuas de José Miguel Gómez, tiene el símbolo de haber sido ordenada por otro general combatiente de las guerras de independencia devenido, no solo en político, sino también en presidente y además, dictador: Gerardo Machado.
Ambos habían sido caciques del Partido Liberal en la provincia de Las Villas. De modo que, una vez Machado se vio en el poder, y habiendo fallecido José Miguel Gómez en 1921, decidió dar la orden de construir en la ciudad de Santa Clara una estatua que rindiera honores al asesino de los independentistas negros. La estatua fue inaugurada en 1928 y fue parte del plan de “obras públicas” que trajo consigo la construcción del Capitolio de La Habana, sede del parlamento de la República neocolonial, que se inauguró un año después.
Una vez rendida la Revolución que derrocó a Machado en la década del 30, la reacción triunfante llegó con su típica simbología restauradora y construyó una segunda estatua a José Miguel Gómez, esta vez en La Habana, como símbolo del regreso al orden.
José Miguel Gómez |
Gómez representaba el periodo glorioso del Partido Liberal previo a la llegada al poder del dictador Machado. De modo que, construir su estatua era una clara señal de doble sentido: los viejos políticos habían regresado al poder, pero eliminando todo vínculo con Gerardo Machado. Para más, la estatua fue develada el 18 de mayo de 1936, dos días antes de que su hijo, Miguel Mariano Gómez, asumiera la presidencia de la República.
La Capital luciría desde entonces: por un extremo, la estatua de Tomás Estrada Palma, en la Avenida de los Presidentes; por el otro, en el centro del barrio El Vedado, la de José Miguel Gómez, que marcaba el comienzo o el final -según se quiera ver- de una de las principales arterias de la urbanización habanera alzada por la oligarquía cubana.
Polémico conjunto escultórico a José Miguel Gómez en el Vedado |
Pero no solo fue una estatua, sino todo un conjunto escultórico circular en torno al cual gira todavía hoy buena parte del transporte de la capital, pues está ubicado en uno de los puntos neurálgicos de La Habana.
Con el triunfo revolucionario de 1959, esta vez fue el pueblo el que reconfiguró sus espacios públicos. En La Habana fue la clase trabajadora quien le puso una soga al cuello a las estatuas de Estrada Palma y José Miguel Gómez, y las derribó. Del primero solo quedaron los zapatos, y del segundo, el conjunto monumental circundante: una fastuosa obra arquitectónica, hasta hace poco vacía y sin sentido.
Estatua de Estrada Palma en la Avenida de los presidentes antes y después de 1959 |
Las estatuas desaparecieron y durante décadas nadie supo dónde estaban. Muchos crecimos sin siquiera comprender qué era ese bloque que ocupaba la rotonda y marcaba el comienzo y final de El Vedado. El conjunto monumental se convirtió en lugar propicio para tener sexo prohibido, además de improvisado urinario público y sitio de actos vandálicos. Hasta que fue restaurado y reinaugurado con estatua incluida.
He aquí donde el nacionalismo le pasa factura a la patria socialista: los restauradores abogaron por el pasado de José Miguel Gómez. Se pesentó el retorno de la estatua como el mejor desagravio que se le podía hacer al heroico general que combatió por la independencia de Cuba y cuya estatua había sido víctima de un extremismo revolucionario.
La restauración de la estatua de Gómez no solo es una ofensa racista, sino que además representa la semiótica de la restauración burguesa. Una estética que asola a La Habana y que tiene detrás una peligrosa intención política.
Hoy, en medio de las protestas a nivel mundial que ha generado el asesinato del afrodescendiente norteamericano George Floyd a manos de un policía blanco, tanto en La Habana como en Santa Clara, las estatuas de José Miguel Gómez permanecen intocables. En la capital, los automóviles continúan giran en torno a ella y, como mismo antes las mayorías olvidaron a quién estaba dedicado aquel monumento, ahora, olvidan quién era José Miguel Gómez: un asesino que intentó llevar a cabo una limpieza étnica.
Estatua de José Miguel Gómez |
Hoy, que la sociedad civil cubana alza su voz y los movimientos sociales adquieren conciencia revolucionaria, se precisa eliminar las estatuas de José Miguel Gómez sin que esto signifique, por supuesto, desaparecerlo de la Historia de Cuba. Para ello no hay que recurrir a la bestialidad, son conocidos los mecanismos para realizar este tipo de peticiones, mas no podemos permitir la existencia de monumentos al racismo en Cuba, ni un minuto más.Pero no es solo que caigan las estatuas, sino que además se funda su bronce y con él se haga, en el mismo lugar, un monumento a los afrodescendientes masacrados y a todos los que el sistema racista condenó al olvido.
*El autor es miembro del Consejo Editorial del blog Comunistas.
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Para quien quiera conocer un poco más de la constitución del barrio habanero de El Vedado, recomendamos “La ciudad de las columnas” de Alejo Carpentier, publicado por la editorial cubana Pueblo y Educación en 1978, y “Vida, Mansión y muerte de la burguesía cubana”, de Enma Álvarez-Tabío, esta última por la también cubana Editorial de Ciencias Sociales, en 1989. Quien desee profundizar en la Masacre de los Independientes de Color, puede remitirse a disímiles ensayos de Fernando Martínez Heredia, Ana Cairo Ballester y más recientemente, Julio César Guanche.